jueves, 28 de mayo de 2009

14. Extraños íntimos


Suelo disfrutar de las sorpresas que me encuentro cuando busco otra cosa. Por lo general, me pasa cuando voy a una exposición de arte o una presentación teatral y me topo con exhibiciones que no me esperaba o con obras muy distintas a lo que tenía en mente. Por ejemplo, hace unas dos semanas fui a ver una exposición de un artista surrealista y en el mismo edificio me encontré una de fotografías de la ciudad de Nueva York, un retrato de la urbe y de su gente a lo largo de todo el siglo XX. En la entrada, la información de bienvenida estampada en la pared decía algo que me dio la clave para interpretar el tiempo que he pasado en esta gran ciudad: Nueva York, al igual que la ciudad donde habito temporalmente, como todas las grandes urbes, como todos los barrios de nuestro tiempo, se caracteriza porque quienes la habitan son extraños íntimos. Esto es, estamos rodeados por personas que se nos llegan a hacer familiares a punta de verlas todos los días, de intercambiar miradas soslayadas en la acera y suspiros en el ascensor con la vista agachada para que no se nos pueda ver de cerca la humanidad. Sí, somos todos desconocidos conocidos, vecinos anónimos, compañeros que no nos acompañamos, cohabitantes que no cohabitamos, íntimos que no intiman, extraños que no se extrañan…
Si algo ha residido en mi cuerpo todo este tiempo es una sensación omnipresente de soledad que, a diferencia de la de Milanés, no se siente acompañada, porque no hay cerca alguien con el corazón que pueda acompañarla. Y entonces mi estadía aquí ha sido un encierro solitario: da igual que me quede en el cuarto con la puerta cerrada o que me siente en un parque por el que transitan cientos de personas. Cambia el escenario, pero no los actores, porque en realidad soy yo quien hace todos los papeles, y los demás seres (humanos) no son más que relleno, actores secundarios que aparecen y desaparecen constantemente para crear la ilusión de que el único protagonista está en una gran ciudad y que sus monólogos son diálogos aunque sin interlocutor. Durante estos meses, por breves espacios ha aparecido un actor invitado que cambia la sazón de la historia. Y así es como R fue protagónica en Múnich y A en Lisboa, y ambos me inundaron de comprensión y cariño. Sin embargo, da la sensación de que su participación tiene como finalidad acentuar la ausencia que constituye mi habitualidad ahora. Parece que llegan, me desbordan y luego se desvanecen en el transcurrir eterno de la nada, cuando regreso a la cotidiana vida de esta ciudad.
Quizás el estar rodeado de extraños íntimos no se me habría hecho tan patente si no fuera por la visita de R. Si ya D y C habían traído con ellos vestigios de mi vida cómoda y feliz en la incesante tormenta del trópico, R me trastocó todo apenas apareció en el aeropuerto. Cuando nos vimos, era como si nunca me hubiera ido y como si apenas el día antes hubiéramos estado tomando café. En ese momento tuve la sensación de que por fin en mucho tiempo no estaba ante un extraño, sino todo lo contrario: si alguien me conoce y me enfrenta a mí mismo sin proponérselo, si alguien me desenmascara sin pretenderlo y me quiere sin tapujos, si alguien me acompaña aún estando ausente, ese es R. Y con R el cuarto se me convirtió en vecindario habitado por amigos, y la ciudad se volvió espacio íntimo compartido con seres queridos.
Con R no me hacía falta tratar de ser buen anfitrión, porque simplemente debía comportarme de forma natural con él. De pronto ya mi cama dejó de ser mi cama y me encontré durmiendo en el piso sin darme cuenta. De repente, dejé de lado mi natural territorialidad y me tomé unos días de vacaciones de mí mismo. Y lo mejor era que con R podía hacer todo sin miedo a juzgamientos ni serruchadas de piso posteriores. Fuimos a desgastar calles y aceras, a manosear historias personales y otras robadas de libros, y el sexo en la gran ciudad se hizo gracioso porque tenía un cómplice perfecto.
R tiene la capacidad extraña de hacer que los desconocidos se vuelvan personas íntimas en pocos segundos. Así nos pasó cuando fuimos al sauna y al rato me lo encontré hablando con un francés en inglés. Aquello no era Babel, en absoluto, porque llegaban repetidas veces a acuerdos con respecto a temas totalmente diferentes en la mente de cada uno. Y así pasaron varias horas riéndose, preguntándose y respondiéndose, aunque ninguno de los dos supo en realidad de qué hablaba el otro. Yo simplemente los escuchaba y me sorprendía al darme cuenta de que uno respondía algo totalmente distinto a lo que el otro le preguntaba, pero el que preguntó entendía que le estaban respondiendo lo que había preguntado y al final concordaban y se reían, pero era como si uno estuviera hablando de física cuántica y el otro del peinado de Madona. No puedo imaginarme una conversación más cooperativa, en la que cada quien entiende lo que quiere creer que el otro dijo, descifrando el mensaje del otro como si se tratara de un viejo conocido. Así es R. Solo a él conozco que pueda hacer algo tan fascinante como comunicarse sin comunicarse. Y cuento esto enfantizando que lo considero una virtud, un don, una habilidad.
El día que lo llevé al bar de desnudo total estaba como congelado. No sabía qué hacer ni cómo comportarse. Fue graciosísimo porque nunca lo había visto tan fuera de onda. Claro, lo que para mí hubiera sido una experiencia traumática, al final para él se convirtió en una experiencia nueva a la que se lanzó sin prejuicios y llevándose todo por delante.
Una vez conquistada mi ciudad, nos fuimos unos días a otra ciudad, y nos quedamos en un cucarachero por ser el único precio cómodo que encontramos. Ahí hicimos vida de turistas y nos portamos súper bien, no sé si a falta de opciones o porque el clima era tan malo que amenazaba con enfermarnos a los dos ante el menor intento de desacato. Y lo mejor fue que no importó, porque la pasamos súper bien viendo tele en el cuchitril o comiendo en cualquier rincón, paseando por la playa o corriendo bajo una sombrilla despedazada, como es lo habitual en mí. R se fue por dos semanas y me dejó de nuevo solo en la ciudad, pero no importaba porque sabía que nos quedaba todo un fin de semana juntos después. Y así fue y esta vez hicimos vida cultural y nos la pasamos genial con solo cosas simples: una película en la noche, una botella de agua en un bar, una conversación larga y tendida en una banca de un parque, un viaje en bus a una de las maravillas del mundo que había visto él de niño en un libro que tenía su papá y que él ansiaba conocer, un desayuno de huevos con salchichas y varias cenas de sopa de pollo con verduras. Con R recuperé mi vida por unas pocas horas y me encontré otra vez siendo yo mismo, con espontaneidad y comodidad.
Cuando lo acompañé al aeropuerto, me peleé con dos personas diferentes por el mal trato que nos dieron (o sea, lo normal en esta ciudad), cosa que nunca había hecho. Creo que me envalentoné porque me sentía apoyado. Aunque también pienso que lo que me molestó es que lo trataran mal a él en particular. No sé.
Hay personas con las que existe una relación íntima y cómplice, que no cambia a pesar de la distancia ni del tiempo. Son a esas personas que no te permiten perderte en el mar de concreto e indiferencia, ni refugiarte en los cuerpos extraños por siempre y diluirte en la inmensidad de la nada, a las que llamamos amigos, verdaderos amigos, amigos del alma. Tomamos conciencia de cuándo vivimos rodeados de extraños íntimos solo en el momento en que nuestros seres más cercanos se aparecen para recordarnos que la compañía no es amanecer junto a otro cuerpo, sino amanecer solos con la sensación de que alguien a kilómetros de distancia sí nos entiende y nos recuerda, con la certeza de que ese alguien piensa en nosotros de vez en cuando y nos echa de menos tanto cuando un cielo gris amenaza con desparramarse sin reparos como cuando el sol calienta y el suelo es verde, y se ríe y se llena de nostalgia, y espera verte pronto otra vez, ojalá muy pronto.

Mientras voy en el ascensor y me siento rodeado solo de extraños: http://www.youtube.com/watch?v=02VJ-Y1IXzI&feature=channel_page

domingo, 19 de abril de 2009

13. Los cuerpos en los que no estoy



Recuerdo que en terapia un tema recurrente (¿hay temas que no sean recurrentes en terapia o en la vida misma?)fue el de qué buscaba yo en los otros. Sí, en esos otros de las discos, de los bares, de los saunas; esos otros con los que amanecía empiernado y de los que si apenas recordaba la forma en que los había conocido la noche anterior; esos a los que examinaba de espaldas en la mañana mientras me rompía la cabeza por acordarme del nombre; y también esos otros cuyo cuerpo me resultaba más familiar aunque su alma siempre parecía ausente. A lo largo de dos años surgieron miles de respuestas, hipótesis, supuestos, consideraciones y justificaciones. Tanta objetivación de mi psique y de mi conducta al menos servía para que saliera de la consulta con una sonrisa de satisfacción tallada en la cara, porque ya me entendía mejor, porque había logrado descifrar un enigma más de mi conducta. Las más de las veces, eso sí, salía con los ojos empañados y mil recuerdos y reflexiones rasguñándome la mente, porque me daba cuenta de lo patética que era mi vida amorosa o de lo confuso que era mi actuar, sea porque en realidad no lograba entender qué quería, sea porque sentía que lo daba todo y recibía bien poco. En todo caso, así se configuró el tema del otro en mi vida personal: ¿quién era ese otro del que tanto se habla en las canciones, en las películas, en los libros, en las historias de todo el mundo? ¿Qué es lo que queremos en realidad? ¿Qué buscamos?
Después de mi experiencia en el sauna de putos, decidí que tenía que hacerme a la idea de quedarme tranquilo y disfrutar de lo que hubiera disponible en la ciudad, pero el diablo es puerco, así que ese mismo fin de semana me llegó un mensaje de un ciberciudadano en que me invitaba a una fiesta en ropa interior. La idea me encantó, así que me inscribí inmediatamente para la fiesta del miércoles. Pero eso era como una crónica de lo anunciado, como era obvio que tenía que suceder: la tal fiesta privada en ropa interior era la forma en que un grupo de hombres bastante maduros y descuidados conseguían "ligar" a otros más jóvenes y cuidados. Una vez en el lugar, no había escapatoria, así que me junté con los dos más jovencillos que había. La pasamos muy bien riéndonos y conversando mientras se pudo, pero luego se dijo que teníamos que hacer un círculo y jugar algo para conocernos. El juego fue el típico "castigo" condimentado con "beso" y "verdad", que llevaba a la imposición de retos relacionados con darle un beso a sutano, pegarle en las nalgas a mengano y acariciarle un huevo a fulano. Por dicha era un día laboral, así que todo terminó antes de que se saliera de control y nos viéramos involucrados en una orgía nada apetecible. No volví a responder las invitaciones, pese a que algunos de los mayores insistían en que teníamos que mantener vivo el grupo y seguir reuniéndonos.
Llegó el viernes y salí a celebrar mi cumpleaños próximo con A y su amigo mexicano D. Fuimos a comer y luego salimos a bailar de nuevo. La pasamos genial, pero a cierta hora no pude evitar entrar en ansiedad mirando a mi alrededor a ver si había algún otro interesado en mí. Siempre, por más que me lo propongo, termino buscándolo. Había uno que me miraba y me sonreía, con el que me besé un par de veces, pero luego se desaparecía. A se fue temprano, pero D se quedó para servirme de conciencia: "No, dejalo, tú estás muy guapo para ese. ¿Qué se ha creído? Con rogados nada que ver". Y gracias a D, pude mantenerme fuerte en la defensa de mi dignidad. La noche se extinguió y la madrugada nos dejó al descubierto, así que decidimos volver a casa. Al salir, el otro de esa noche estaba con sus amigos y nos preguntó: "Chicos, ¿ya os vais a casa?". D respondió que sí y ni siquiera lo volvimos a ver.
El domingo me fui para otra gran ciudad, más íntima y quizás también más acogedora, donde A, mi amigo portugués. Nos habíamos conocido hacía unos tres años en la ciberciudad, cuando yo aún mostraba mi identificación tropical. Ninguno de los dos se acordó quién fue el primero en contactar al otro ni por qué, pero lo cierto es que con A hubo empatía desde el principio y nos hicimos primero ciberamigos y luego amigos de mayor intimidad a lo largo del tiempo. Mi visita era algo que se había planeado desde hacía años y que nos sorprendió sorprendidos por la afinidad entre ambos. Fue una semana peculiar. Desde el primer día, luego de haber caminado un montón, yo me empecé a poner mimado. Esa noche, hablando con A, se me notó tanto que me dijo en español "niño" y me empezó a hacer cariño. Fue ese el comienzo de una relación que mantuvimos el resto de los días, como amigos cercanos durante el día y como amigos amantes durante las noches, cuando nos abrazábamos para ver la televisión o revisar libros, nos besábamos en los intervalos de conversaciones sobre la vida y el amor, nos sexualizábamos en su cama luego de un largo abrazo que nos sacaba del frío, nos despertábamos cariñosos tratando de despejar mil dudas sobre el futuro de cada uno, y nos acariciábamos con ternura cada tanto que se daba la oportunidad. Parecíamos una pareja que hablaba de sus amores y de sus amantes con naturalidad, sin reproches ni sin temer el juicio inmisericorde del otro. Para A parece que yo fui el empuje que requería para tomar ciertas decisiones muy importantes sobre su vida. Para mí, A fue un oasis de cariño, ternura, intelectualidad y creatividad, alguien que me hizo recuperar a mi yo que se había quizás diluido demasiado entre tanto intento de erotización en la gran ciudad, entre tanto cuerpo desconocido y apático, y entre tanto silencio e incomprensión. Me di cuenta durante esa semana en la que hablábamos de historia, de arte, de otras culturas, de las relaciones humanas, de nuestra condición humana, que poco a poco los meses atrás en la gran ciudad me habían llevado a salirme de mi cuerpo. El yo apasionado por algo más que las últimas marcas de ropa se había retraído sin que me percatara y se había arrinconado como quien se esconde de una historia de agresión. Y esta vez el agresor era yo mismo, que amenazaba con desterrar de mí todo indicio de gusto estético, de lector-escritor aficionado, de ser humano interesado por las culturas. Mi yo sexual lo había relegado. Tuve que salir de esta ciudad y lanzarme en una relación pasional (en la mente y en el cariño) con A para darme cuenta de que yo no estaba en los otros cuerpos y que tampoco estaba en el mío. Era víctima de un desdoblamiento autoeliminador. Hablar siempre otra lengua y abrazar un cuerpo que apenas conocía pero que contenía un alma que -presiento- conozco desde muchísimos siglos atrás, me sirvió para recuperar el enlace entre mi cuerpo y mi esencia.
De A me despedí hace una semana, en la que por medios electrónicos nos hemos agradecido y nos hemos acariciado con palabras varias veces más. Somos amigos y fuimos amantes "puros", de esos que no esperan del otro la entrega y la anulación de su individualidad, de esos que no quieren porque esperan correspondencia, de esos que dan porque les nace dar y no porque desean retribución amorosa. A y yo nos quisimos porque sí, bajo la sombra de otros amores de los que hablamos y a los que tratamos de entender, pero sin pretender que éramos pareja ni construir una relación de expectativas y reproches ante el incumplimiento de estas. Sobre todo, pude apreciar que de alguna manera yo estaba en el cuerpo de A y A estaba en el mío. Y solo cuando me pude ver reflejado, pude también reencontrarme y empezar a aceptarme de nuevo.
En ese tiempo, pude entender también de la experiencia a qué se refiere ese extraño sentimiento, tan lusitano y tan universal, que en portugués recibe el nombre de "saudade". Lo entendí en las estrechas calles empedradas de ilusiones y en las tiernas miradas de A. Lo sentí en la música y en la lengua que intenté aprender y que me sirvió para conocer a la crema y nata de la cultura lisboeta, que se reunió en la casa de la hermana de A para celebrar el cumpleaños de alguien a quien nunca habían visto en la vida y de quien desconocían su existencia (claro, me tocó cocinar enyucados y pescado para once personas acostumbradas posiblemente a comida gourmet, lo cual me estresó bastante también). Lo vivo en los correos de A y lo saboreo en los libros y los discos que me traje. Comprendo bien ahora qué implica ficar con saudade. Y esa saudade maravillosa y hermosa me resuena en las palabras del escritor Al Berto: "Procurar-te-ei até te encontrar, mesmo que só te encontre em corpos onde nao estás..." ("te buscaré hasta encontrarte, aunque solo te encuentre en cuerpos donde no estás")
Todavía me invade la necesidad de buscarme en otros cuerpos y de buscar los otros cuerpos en mí, pero recuperé mis gustos y mi personalidad. Ya no soy un niño amedrentado y oculto, porque alguien le hizo cariño sincero y le permitió salir a la luz otra vez. Y otra vez me resulta más fácil reconocer a esos cuerpos en los que no estoy y nunca estaré. Esos sirven para el sexo, pero para muy poco más.
¿Será cierto entonces que las personas llegan a nuestra vida en el momento y el lugar precisos, cuando debemos aprender algo fundamental que por nosotros mismos no podemos? ¿Será verdad que alguna fuerza nos mueve a encontrarnos y reencontrarnos en diferentes vidas y en distintas formas, tan solo para sorber a poquitos de nuestra esencia y aprender migajas de nuestra realidad?
En este abismo de aventuras sexuales y frustraciones amorosas en las que siento que se desenvuelve mi vida, de soledad azucarada y horas muertas en la computadora, las noches en Lisboa (abrazado a A, leyendo sus libros, escuchando sus historias y sus planes, compartiéndole mis proyectos y perspectivas, comiendo juntos con fado de fondo, haciéndome el niño consentido y él el chineador) se convirtieron en un valle de calma y cariño que mi cuerpo pedía a gritos y que mi corazón solicitaba a llantos. Somos amigos y nada más, pero A reapareció en mi existencia (no sé cuántas vidas llevaremos de conocernos) para hacerme apreciar quién soy viendo lo maravillosa persona que es él. Hay muchos, millones probablemente, de cuerpos en los que no estoy. Pero ahora sé que estoy en este y me toca cerciorarme de que no se me vuelva a olvidar.

Mientras siento que vuelvo a recuperar mi cuerpo: http://www.youtube.com/watch?v=lU6zbbjiefU&feature=related

domingo, 29 de marzo de 2009

12. La conquista erótica de las Europas


Es cierto lo que dice el epígrafe de este blog: no puedo contar mi vida con imparcialidad; no hay nada más imposible ni menos humano. Hoy en la mañana, reflexionando sobre si iba a escribir con detalle lo que me había sucedido esta semana, me di de frente con esa realidad: "Jamás -me dije-, porque eso sería dar una imagen de un tipo demasiado patético". Entonces me di cuenta de que inevitablemente siempre nos reservamos algo para nosotros mismos y todo lo contamos a través del filtro de la imagen que queremos proyectar. Ya es suficiente con que me anime a escribir esto que no sé ni cómo llamar. A, mi amigo portugués, me felicitó en una carta por atreverme a hablar de mi sexualidad y de mis experiencias abiertamente. Y lo más curioso es que, cuando lo leí, supe que era completamente sincero, pero no me sentí orgulloso de ello. ¿Será porque me percaté de que quizás sea una prueba más de mi tendencia al exhibicionismo y a llamar la atención? No me extrañaría, dado que lo que cuento está procesado y decorado para quedar yo como el bueno (la víctima, a lo sumo) de la película. Sin embargo, hay momentos en que ni esforzándome demasiado puedo maquillar la narración de mis experiencias de forma que yo salga librado con un mínimo de dignidad, como se verá a continuación.
La "ruptura" con M resultó insospechadamente liberadora. ¿Era cierto entonces lo que él pensaba que yo ya estaba planeando su ida para desplomarme en el universo del descontrol? Se fue hace una semana, pero antes cayó de sorpresa en mi apartamento para devolverme algo que yo le había prestado. Nos sentamos en la sala y hablamos con cierta intimidad y cariño de lo que habíamos vivido juntos y de cómo valorábamos nuestro encuentro. Al final, terminamos apretándonos en la entrada y abrazándonos como locos, sin lágrimas eso sí. Pensé que quizás él también me había conquistado un poquito como yo a él (según su opinión). Ese mismo día, T, mi amigo suizo, me encontró en el chat y hablamos por primera vez desde que nos separamos a inicios del año. Fue una plática sorpresiva y reveladora, en la que me confesé aún atraído por él y en la que él, por primera vez en estos dos o tres años, también me entreabrió una rendija de sus sentimientos hacia mí. Hablamos de por qué no hablamos cuando nos vimos. Parece que no hablamos porque temíamos hacerlo: yo porque desconocía su reacción y quería resguardar mi cuota anual de dignidad (quizás para él no tenía ni la más mínima importancia lo que pasó entre nosotros e incluso era probable que ni siquiera se acordara) y él porque le rehuía a las consecuencias: ¿terminaríamos dándonos un beso, un abrazo o cogiendo? A pesar de que estas pláticas resultan catárticas, no puedo dejar de preguntarme: ¿habré conquistado de alguna forma aunque sea una venita del corazón de T? Y no entiendo por qué, después de tantos desencuentros, una duda así me sigue asaltando de vez en vez...
Pensando que ya me había reconciliado con los sentimientos hacia M y hacia T, decidí emprender entonces la conquista erótica de las Europas: no más compromisos, no más novios a medias ni relaciones de entrega. Debía conquistar y coger con cuanto individuo me gustara y pudiera. Era la revancha exigida por mis antepasados. Poco después, claro, M me contactó por internet y de nuevo empezó con sus ataques hacia mi persona, sus cuestionamientos a mi ética amorosa, y terminó escupiéndome palabras groseras y llamándome ridículo. Definitivamente hay gente con la que no puede firmarse la paz y, como no me va eso de andar metiéndome en guerras, mejor hago un paquetito con mis vivencias y emociones, lo amarro bien y me retiro. Si M quiere seguir viviendo el melodrama sentimental que se inventó conmigo y jugando a la doncella despechada, yo renuncio a aparecer en el reparto. Le pedí que no nos comunicáramos más, lo que me valió un aluvión de ataques y resentimientos nuevamente. Ni siquiera le contesté para evitar así continuar con esta telenovela.
En fin, siguiendo con la conquista erótica, debo confesar que me estoy empezando a sentir incómodo con mis estrategias. He conocido a algunos especímenes locales en la ciberciudad, me han pedido que nos conectemos al messenger y ya van dos veces que terminamos en una sesión de cibersexo, después de la cual no me vuelven a dirigir la palabra. Eso me sabe a que los conquistados no están siendo ellos... Luego también he conocido a otros prospectos interesantes, pero la verdad es que, como siempre, hay pocas posibilidades de que se materialicen o de que se dejen conquistar. Y al final me descubro de nuevo en mi patrón más dañino: me atrae el que no me trata bien y rechazo al que me trata bien. Conocí a un alemán que babea por mí y que se pasa invitándome a su casa, pero a mí me da pereza verlo. En cambio, otros que apenas si me contestan monosílabos en el chat me desgarran las expectativas.
Y entonces la conquista erótica de las Europas se perfila cada vez más como un proyecto fracasado desde el inicio. El fin de semana pasado salí con A y me presentó a un conocido de estas tierras. Me gustó desde el principio y terminé trayéndomelo al apartamento. Fue una experiencia patética: el tipo se emborrachó, se vomitó en la calle y luego en mi cuarto, y en media madrugada me despertó dos veces como desquiciado para que me lo cogiera, pero se regaba en menos de dos minutos y se volvía dormir. En sus pocos momentos de lucidez, me preguntó si yo había estado recientemente con alguien joven como él (¿le habré parecido viejo? Qué terrible) y le contesté que me levantaba a cinco por semana. Se lo creyó y me preguntó si yo era un prostituto. Me dio risa de momento, solo de momento. Ayer salí con A y D a bailar a una disco y yo iba propuesto a levantarme a alguien. La verdad es que bailamos riquísimo y la pasé muy bien, aunque se me fue la mano con el licor. Recuerdo que me apreté con un chiquillo guapo y luego este se desapareció. Con otro intercambié miradas todas la noche, pero ninguno se acercó al otro para hablar. Y ya de regreso a las 7 de la mañana, A propuso que fuéramos a un sauna. El único que terminó yendo fui yo, pero como por inercia, porque la verdad estaba molido y no tenía ninguna gana. Bueno, por necio terminé metiéndome en un lugar que no conocía. Había poca gente y el ambiente era bastante extraño. No supe lo que pasaba hasta que un búlgaro alto y guapo se me acercó y me preguntó: ¿sabías que este es un sauna para chaperos (=prostitutos)? La vergüenza se apoderó de mí. Claro, por eso estaba lleno de jóvenes extranjeros más o menos guapos por un lado y viejitos por el otro. Dado que yo no me veía como alguien de la clientela habitual del lugar, los chaperos oficiales me miraban con recelo, porque no calzaba con el comprador típico de sus servicios sexuales. Y por otra parte los viejitos me veían con ganas porque creían que yo era una nueva adquisición del lugar. No me moví de donde estaba por un gran rato, pensando en lo estúpido que resultaba todo y en que la pregunta del chiquillo del fin de semana anterior se había convertido en profecía: yo era un prostituto más. Entonces mi plan de conquistar Europa se vino abajo, porque al final me veían como alguien a quien se le paga por sexualizar. Ningún conquistador, qué va. Era simplemente un mercenario del sexo. A los minutos se me acercó un brasileño y me preguntó, como lo había hecho el búlgaro, si yo sabía qué tipo de lugar era ese. Le contesté que sí, que sentía mucha vergüenza y que no sabía qué hacer. Se compadeció de mí y me ofreció sexo sin cobrarme. Aproveché un descuido suyo, me levanté y me vestí inmediatamente. El sol de las diez de la mañana me dio en la cara y puso al descubierto la ridiculez de mis planes. Era como si la ciudad me acusara con el nombre de sus calles, como si los transeúntes matutinos se burlaran de mí discretamente: no era un conquistador; era una puta. Cogí el metro y la gente recién bañada que se dirigía a misa y a los parques contrastaba con mis ojeras de trasnochado y mi olor a cigarro y a alcohol. Ellos iban a disfrutar de la mañana libre; yo volvía de trabajar.
¿Entonces el conquistador resultó siendo el conquistado a fin de cuentas? ¿No había sido siempre así de todos modos: yo jugando al poderoso en un principio y al desdichado al final?
El cielo se cubrió de nubes nuevamente. Hace frío y la ciudad está como muerta. No hay gloria posible en la conquista cuando el conquistador está condenado a perder infaliblemente. Al menos debería aprender a comportarme con cierta dignidad: que no se diga que soy un puto más, que se desnuda en la cámara del messenger para que luego no lo vuelvan a contactar; que se va a la disco a ligar y termina rechazado por transpirar deseo sexual sin control; que se va a un sauna y hace el ridículo mientras todo el mundo se da cuenta de que no tengo ni la menor idea de que paso por puto.
Addendum (varios días después):
Ya lo pensé mejor: si voy a ser puta, deberé empezar a ahorrar para comprarme una miniseta decente y una peluca bien chic. Que no se diga que la gente del trópico no sabemos presentarnos con cierta dignidad y, ante todo, glamour. Y a seguir puteando sin remordimientos...

Mientras salgo del sauna con todo el peso de mi patética ridiculez sobre mis hombros:
http://www.youtube.com/watch?v=UOKiLHxBmMU&feature=channel_page

sábado, 14 de marzo de 2009

11. El ritmo de mi vida


C vino por unos días de nuevo y otra vez mi cuarto se vio inundado de pesimismo, inseguridad, insatisfacción y frustración sexual. De hecho, la noche del viernes me costó montones conciliar el sueño porque a eso de las dos de la madrugada, cuando abrí los ojos, una atmósfera rara se había esparcido por la habitación. Primero me sofoqué un poco y sentí que era algo así como una energía demoníaca ("Satanás hijueputa, que anda por ahí revoloteando", pensé en mi ensoñación); luego, lo resolví asumiendo que una mala vibra había sitiado mi cama. Cuando logré tomar conciencia de la situación, recordé que C estaba durmiendo en un colchón a un lado de mi cama. "Claro -pensé-, esto es que se le están escapando los sueños a este desgraciado y toda esa energía negativa se ha estado regando por aquí". Cuando le comenté al día siguiente lo de la mala vibra y los problemas para dormir, se burló de mi creyencería y dijo que era el calor de la noche. Yo hubiera querido responderle que en realidad se trataba del ritmo de su noche y de su vida, así de pesado y de desgraciado, pero me abstuve para no herirlo más. En fin, yo la verdad cada día me convenzo más de que sí existe la mala vibra y de que la gente proyecta su energía a su alrededor. Por eso creo que tengo que hacer una limpia cada vez que alguien sale de mi vida. En fin, al pobre le tengo compasión y hasta cariño, pero me saca de mis cabales fácilmente. Me había propuesto no tratarlo mal esta vez, pero no hubo forma de evitarlo. Un tanto para complacerlo y librarlo de pasar tanto tiempo consigo mismo, lo llevé el fin de semana pasada al sauna, y yo aproveché de nuevo mi soltería. Fue una noche sin penas ni gloria, que usé más como experimento para comportarme como el tipo seguro de sí mismo y valeverguista que no soy. También lo hice como el acto típico de post-ruptura: buscar sexo para olvidar al ex. Nunca funciona. Tampoco es que M haya sido tan importante, pero quizás quería asumirlo así, un poco para explicarme por qué pasó lo que pasó.
Tengo que confesar que lo que más me molesta de la "relación" con M es el darme cuenta de que conocés a alguien, terminás confiando en él, contándole tus secretos e intimidades, dejándolo usar tu computadora con acceso a cientos de archivos personales e importantes, prestándole tus cosas, etc., y al final te das de frente con tu falta de precaución: todo eso, todo lo que le diste en la intimidad y en la confianza, lo va a usar en tu contra, para dañarte. ¿Por qué putas el amor está tan cerca del odio? ¿Por qué tus amores tienen tan alta probabilidad de convertirse en tus peores inquisidores? Después de la conversación de la otra vez, M siguió apartándose físicamente y atacándome en el chat y en los correos. En una de nuestras conversaciones incluso terminó diciéndome que no quería verme más, que deseaba olvidar todos los recuerdos y que maldecía el día en que me había conocido. ¡Qué mierda! ¡Pero si lo único que pasó es que me oyó decir que nuestra relación era momentánea, lo cual ya sabíamos desde el puro principio. Me dijo que entendía por qué B me había terminado, por qué yo era una persona tan solitaria, por qué era tan zorra, por qué era tan desalmado, y mil etcéteras. O sea, todo lo que le había contado yo y todo lo que le había compartido lo usó para construir una descripción monstruosa de mí. ¿Despecho? ¿Amor verdadero? ¿Ilusión? ¿Autoengaño? ¿Necesidad afectiva? ¿Soledad? ¡Qué sé yo! Asumí que el tipo está tostado y se acabó. ¡Pero si es que no hace ni cuatro meses que pasó casi lo mismo con B! ¿Soy yo entonces el que tiene mala vibra? ¿Es el ritmo de mi vida tan nocivo para los demás? Lección 1 requemada: no te metás en relaciones. Quedate solito y contento. No importa lo que hagás, siempre vas a terminar siendo la causa del descontento del otro y te echará la culpa de todo lo que lo hacés sufrir, sea como sea. Lección 2 nunca aprendida: la gente se mete en relaciones para lidiar con la soledad y con sus problemas psicológicos. Si nunca han podido solos con eso, ¿cómo les va a ayudar estar en pareja? Lección 3 siempre olvidada: Al final la relación se convierte en el caldero donde se echa todo, en el que ebullen los miedos y pedos mentales, en el que hierven los rencores e insatisfacciones, en el que se queman las desilusiones y frustraciones, y del que finalmente se evapora solo el cariño y la comprensión. A mí no me sirven las relaciones si son para eso. ¿A alguien sí?
Al día siguiente de la ruptura definitiva de una relación que ni siquiera reconozco cuándo empezó, me sentí bien achicopalado. En el fondo le tenía mucho cariño a M y pasaba ratos muy lindos con él, a pesar de mi bipolaridad. Pero también me sentí agradecido de que la cosa terminara ahí, porque si por la víspera se saca el día...: me había hecho escenitas delante de los compas del apartamento, jugaba perfectamente a la víctima, me registraba los historiales de internet cuando usaba mi compu, me restregaba cuanta confidencia hubiera tenido con él... Bien telenovelesca hubiera resultado esa relación, sin duda alguna.
En fin, C volvió de su viaje y se quedó conmigo otra vez el jueves y ayer. Ayer fuimos a un bar de osos, ahí sí es verdad que solo para complacerlo, porque se muere por los osos y en cambio a mí no me atraen nada. Nadie le dio pelota, así que la salida solo sirvió para que se frustrara más y se pusiera de malas. Y yo ya estaba de malas de forma natural y sin motivo aparente, así que nos acostamos los dos bien amargados. El ritmo de la noche de ayer fue poco energizante y bastante sin gracia.
Hace unas semanas me compré la colección completa de Queer as folk y -como le dije a R- ahora mis nuevos amigos de todas las noches se llaman Justin, Michael, Brian, Tedd, Emmet, Linsay, Debbie, Daphne... Disfruto montones y me siento súper identificado. Vivo mi vida a través de ellos, pero sin tener que aguantar las escenitas de un M ni la pereza que en realidad me produce el ir a discos y bares. Y otra vez me entraron tantas ganas de ser como Brian, pero sin sus excesos, claro. Solo me falta su cuerpo, su cara, su altura, su personalidad, su seguridad, su cinismo y su sarcasmo, jajajajaja, pero estoy trabajando en todo eso (lo más difícil es la cara, porque las cirugías estéticas no son nada baratas). Me engaño, claro, pero esa es la magia del cine y de la televisión. Recuerdo que en algún momento, cuando estaba chiquillo, me gustaba tanto The wonderful years (Los años maravillosos), que sentía que mi vida y la de Kevin se desarrollaban de forma paralela (bueno, de hecho teníamos la misma edad y estábamos en el mismo año del colegio). Luego vinieron The golden girls (Los años dorados) y yo, con menos de 20 años, quería ser Blanche en la cama, contar historias como las de Rose para que todos se rieran de mis ocurrencias y ser tan graciosamente grosera y punzante como Sophia. Pasaron los años y por esas casualidades de la vida Sex and the city (El sexo y la ciudad) se apoderó de mis noches y yo me sentía como Carrie cuando me tomaba un café solo en algún lugar, pero alardeaba de identificarme con Samantha y su libertad y desparpajo, por lo que me iba a la disco los sábados, me emborrachaba y me llevaba a la cama a algún tipo diferente cada fin de semana (o por lo menos eso intentaba o me imaginaba en mi borrachera) y al despertarme a su lado quería hacerlo mi novio. Yo era un completo lío emocional en esa época, que coincidió durante dos meses con mi seudo-relación con T, con quien veía la serie todas las noches, y con F, quien me rondaba de vez en cuando, mi terapia psicológica y mi depre de la década. Y de todo eso nació "El sexo y el Tercer Mundo". Ya había visto hacía años algunos capítulos de Queer y ya me había sentido inspirado por Brian y enternecido por Michael, pero no logré conseguir el resto de las temporadas. Aquí en la gran ciudad vi la colección completa y me la compré para matar el tiempo. Y me he hecho adicto a ella. Claro, nuevamente quiero ser tan valeverguista y conquistador como Brian, ser tan tierno como Justin y Michael, tan vacilón como Emmet, y tener una mamá como Debbie que sepa toda mi vida y me impulse a ligar los fines de semana. De tanto querer parecerme en mis experiencias, comportamiento, personalidad y forma de vida a Kevin, Sophia, Blanche, Carrie, Samantha, Brian y Michael, termino siempre no siendo yo y mezclando la realidad con la fantasía de la televisión.
¿Por qué será que la vida resulta a menudo tan burda cuando se compara con el arte narrativo (sea literatura, cine, televisión, música)? ¿Por qué me empeño en querer ser otro en vez de sacarle provecho a lo que soy? ¿O por qué -si tanto lo deseo de verdad- no me asumo entonces como un Brian con todas las consecuencias de ello en vez de ser la persona insegura y tímida que tanto me acongoja? ¿A qué viene tanta fantasía cuando la vida real parece igual de enredada o peor?
Y entonces me debato entre querer ser un intelectual perspicaz, un profesor encantador y erudito, un puto sin remordimientos, un hombre tierno y apasionado, un librepensador y libreculeador, una pareja entregada, un soltero empedernido, uno más del montón y un escritor famoso. Al final no soy ni uno ni lo otro. ¿Y cuál es entonces el ritmo de mi vida?
Quizás lo que pasa es que queremos ser los personajes que leemos y vemos porque, a fin de cuentas, sus vidas acaban tan pronto como cerramos el libro o apagamos la tele, mientras que las nuestras se nos arrastran aún en nuestros sueños y no hay forma de escapar de ellas, ni de escapar de nosotros. La suma de lo que somos, de lo que quisiéramos ser, de lo que pretendemos ser y de lo que nos aterra ser...ese es el verdadero ritmo de nuestras vidas.

Mientras sueño con irme a la disco y comportarme como Brian (bueno, y que los tipos se comporten también como lo hacen con Brian, porque si no no hay gracia): http://www.youtube.com/watch?v=-wejJ3uV_Is

viernes, 27 de febrero de 2009

10. Matrimonio de ciudad


Hace unas semanas me llevé una de esas sorpresas que te alegran la noche y te salvan la semana. Se me metió que no quería quedarme aburrido en la casa, así que me envolví como un tamal y me fui a ver una obra de teatro que hacía rato quería ver. Claro, todo se agota rapidísimo, así que, cuando llegué, ya no había entradas, por lo que corrí a mi segunda opción: otra obra que tenía apuntada en mi lista de actividades recreativas. Cuando me senté, empecé a notar que el teatro estaba lleno de parejas de lesbianas, grupitos de tres o cuatro locas, parejas de hombres con mujeres en claro plan "te acompaño a la obra gay para que no te la perdás". Y cuando leí la sinopsis me di cuenta de que la obra era de tema lésbico, cosa que no recordaba haber visto cuando leí el anuncio. Me acomodé en mi asiento y seguí con la ficha: director: Fulanito, actrices: Menganita y y y y aquí me llevé la sorpresa de que la protagonista era Antonia San Juan, la Agrado de Todo sobre mi madre, a quien ya había visto también en un monólogo titulado "Otras mujeres", una genialidad de vulgaridades y reflexiones sobre la vida. Perfecto -me dije-: noche de homoarte entonces. La obra se llamaba "Matrimonio de Boston", en referencia al eufemismo con el que se conocían en el siglo XIX las parejas lésbicas. En resumen, la historia cómica trataba de dos "amigas" entradas en años, su lucha por sobrevivir de forma acomodada a expensas de un "protector" y sus necesidades de afecto y sexo. Una de ellas, Antonia San Juan, estaba enamorada de la otra, Rocío Calvo, quien no parecía corresponderle en la actualidad pese a haber mantenido una relación amorosa por años, pues estaba ilusionada con una niña bien. Y así transcurre la historia, la una tratando de convencer a la otra de que deben quedarse juntas, mientras la otra solo piensa en su nuevo amor y le ruega que le ayude a hacerla caer en la red del orgasmo. ¿Por qué cuento todo esto? Bueno, porque recién hoy me doy cuenta de que he estado viviendo en estos últimos dos meses en un matrimonio algo bostoniano con M, sin haberme dado cuenta ni nada. Desde que lo conocí no me he acostado con nadie; incluso ya solo recorro por breves minutos la ciberciudad para ver las fotos porno del día y aparezco siempre como invisible para evitar tentaciones. Nos hablamos, nos mandamos mensajes y chateamos todos los días. Salimos por lo menos tres veces a la semana, dormimos juntos al menos una vez y cogemos todas las veces que se nos presenta la oportunidad. Y, claro, como buen matrimonio que ha sido, peleamos, nos resentimos, me cela, le hago berrinches, me hace escenitas, nos reconciliamos, etc., etc., etc. Es decir, todas esas cosas desagradables y tontas de las relaciones que tanto me molestan.
Hace dos semanas me encontré a un viejito de 86 años en la fila del supermercado y me contó en segundos su vida y milagros, pero sobre todo lo triste que siempre andaba desde que se le había muerto la esposa, hacía un año, después de medio siglo de fundirse con ella. No podía superarlo y se le pusieron los ojos vidriosos cuando me lo relató. Me preguntó si yo tenía novia, porque pensaba que estar en pareja era lo mejor que le podía suceder a una persona. Le respondí que sí, principalmente para complacerlo. Pagó y se despidió de mí. Yo me quedé pensando en lo que sería vivir casi toda tu vida con una misma pareja y seguir enamorado hasta el final, hasta el punto de no concebir la existencia sin el otro. ¿Será ese efectivamente el estado perfecto del ser humano? ¿Un autosexual como yo tendrá perspectivas si es así? A, mi amigo portugués, me comentó que, cuanto más autosexuales somos, más peligro existe de que emerja una multiplicidad de personalidades. Dicho en portugués suena hasta poético, pero la verdad es que me dejó pensando: ¡Qué cierto es esto que dice A! Dentro de mis variadas psicopatologías sin desarrollar (siempre he pensado que estuve a punto de nacer autista, y además padezco de acrofobia, anginofobia, atelofobia, atiquifobia, claustrofobia, coitofobia, falacrofobia, meningitofobia, obesofobia, tropofobia, filofobia y gamofobia, entre otras), debo reconocer que se me presentan destellos de personalidad bipolar, que siempre he pensado que son herencia materna: en un momento estoy feliz y al siguiente estoy de mal humor, sin razón aparente. Y esto que dice A me suena conocido: Hay varios yo por ahí y nunca sé cuál va a controlar la situación. En un momento soy un loco cariñoso y un enamorado de la vida y del amor, y al segundo siguiente no quiero comprometerme con nadie, renunciar a mi individualidad ni entregarme. M lo ha notado y le causa mucha frustración. Hoy prácticamente me terminó. Me pidió que fuéramos solamente amigos, porque le hace daño pensar que él ha estado en una relación de pareja con la mirada puesta en el futuro y yo he estado en una relación de pareja con los pies bien plantados en el presente. O sea, él había construido un futuro, se había planteado una loca posibilidad de seguir conmigo, mientras yo lo besaba pero dirigía mi mirada al que vendría después. Dice que es culpa de él, que se armó una historia irreal sin darse cuenta, que se enamoró de mí sin percatarse, que se siente triste y ahora no sabe ni cómo despedirse de mí. Yo me siento culpable por no sentir lo mismo, sobre todo porque lo quiero y me encanta compartir con él, pero siempre pensando en la caducidad de la relación. Mientras él se planteaba vivir conmigo un matrimonio como el del viejito del súper, yo andaba viviendo mi "matrimonio de ciudad": acelerado, presente, un tanto anónimo y colectivo. Y M ya no sabe si quiere verme más. Y yo no sé si quiero mantenerlo a mi lado por las pocas semanas que quedan, quererlo y luego extrañarlo y hasta llorarlo. No sé si mi apatía amorosa es fruto de la decepción con respecto a B o si eso es solo el mejor pretexto que me he construido para justificar mi desapego y actitud poco cariñosa.
M es ciertamente un chavalazo. Físicamente, es un tipo con un cuerpo bien trabajado, un culote y una pichota. Intelectualmente, es una cajita de conocimientos sobre arte, historia, cocina, política, ciencia... Humanamente, es un ser respetuoso y solidario. Sexualmente, es un polvazo. Como pareja, es cariñoso, entregado, chineador y aguantador. ¿Se puede esperar algo más de una persona?
Por lo pronto, parece que mi matrimonio se ha disuelto y que ambos volveremos a la soltería/putería urbana.
¿He sido demasiado realista esta vez al tener claro que la relación era temporal mientras él se la imaginaba a largo plazo? ¿Será que la terapia de dos años me liberó de mi afición por armarme castillos en el aire y por verme casado con cuanto patas vueltas se me atravesaba? ¿O será más bien que me he convertido en uno de esos tipos de los que solía enamorarme sin razón, que te mostraban todo el encanto para capturarte y luego te dejaban tirado sin mayor motivo ni preocupación?
Estoy aquí sentado frente a la pantalla luminosa y sin tener muy claro qué voy a hacer un viernes con una noche preciosa. Iba a cocinar para M, luego íbamos a ver una película y finalmente íbamos a dormir juntos. Me canceló porque prefiere reflexionar y no se siente cómodo conmigo. Esta historia despide un olor rancio, bien añejo. Ya la he saboreado un montón de veces antes. No me indigesta pero tampoco me sacia el espíritu. A fin de cuentas, de lo que se trata es de quedarse solo de nuevo, un poco más anticipadamente de lo que ya se preveía. Quizás también un poco más desconcertado. Quizás incluso un poco más divorciado, enviudado y gamofóbico.

Mientras me acuerdo de los ojos llorosos del viejito que hablaba de su esposa muerta: http://www.youtube.com/watch?v=W9X8_gycTUY&feature=channel_page

sábado, 7 de febrero de 2009

9. Parejas autosexuales


Le escuché por primera vez el concepto anoche a un director de cine, que mostró en un corto su visión de las parejas modernas, hetero y homosexuales por igual. Según su parecer, la pareja contemporánea es la pareja autosexual, en la que cada quien se encuentra en una relación consigo mismo, enamorado de sí mismo y comprometido consigo mismo. Eso es lo que define el amor en nuestros tiempos. Me pareció muy acertado y no puedo negar que reconozco que la descripción se apega bastante a como creo funcionar de un tiempo para acá.
Conocí a M en la ciberciudad, porque le escribí atraído por una frase de su perfil, muy originial aunque algo burda, y por las fotos que dejaban ver a un tipo bastante agraciado. Me contestó mi mensaje casi de inmediato y nos vimos a los pocos días. M es también un cuerpo nuevo en esta ciudad, a la que vino temporalmente para aprender el idioma, así que no me resulta extraño que sea uno de los pocos cibercuerpos que se haya decidido por atestiguar el milagro de la encarnación. Los cuerpos endémicos siguen viviendo en el paganismo absoluto aquí, lo cual me parecería fascinante si no fuera porque me temo que lo que hay detrás de ello es el miedo a mostrar la debilidad carnal y a pasar por simples mortales. En la ciberciudad son todo lo que quieren ser, casi diríamos que seres mitológicos con cuerpos hermosamente perfectos tallados a su gusto y encargo, y personalidades magnificadas por descripciones que conquetean con la heroicidad epopéyica. Posiblemente son tan poca cosa que no llegan ni siquiera a ser poca cosa en la realidad, así que se esconden en la virtualidad del panteón de los divinizados e inalcanzables. En fin, me encontré con M en la boca del metro, lo cual me sigue causando una enorme angustia al tener que esperar a un desconocido que no estoy tan seguro de reconocer cuando asume la fachada de carne y hueso y, peor aún, me sobrecoge la inseguridad y la baja autoestima, porque empiezo a pensar que no le voy a gustar a esa persona, que se va a desencantar a primera vista o que me va a reconocer de lejos y va a decidir mejor no acercarse porque yo no era lo que esperaba. Como se ve, la paso malísimo en esos encuentros. El punto es que M llegó tarde, así que me desesperé caminando como león encerrado de un lado a otro del parque cercano a la boca del metro, pero apenas me vio se acercó y me saludó con dos besos en la mejilla. No pude apreciar ninguna mueca de asombro ni ninguna mirada de desengaño, así que me tranquilicé y caminamos mientras hablábamos como si fuéramos viejos conocidos. Después de un rato me invitó a tomar café en el apartamento al que se acababa de mudar y, luego de una larga conversación, terminamos en su cama besándonos, tocándonos, chupándonos y regándonos. Afortunadamente las fotos no mentían esta vez y yo parecí gustarle mucho. Al día siguiente recibí un mensaje por cibercorreo de su parte, en el que me preguntaba si quería volverlo a ver o si prefería que todo quedara en un polvo. Le contesté que me gustaba mucho como persona y como polvo recurrente (bueno, no usé esas palabras, pero esa es la idea), así que volvimos a encontrarnos después. No sé si fue el cambio de clima o contagio de mi gripe, pero M se enfermó a los pocos días y yo me encontré llevándole medicamentos y sopa de verduras, con lo cual creo que nuestra relación empezó a adquirir rasgos de intimidad rápidamente. Creo que, muy a mi pesar, estoy saliendo con él, pues vamos a comer juntos, me invita a su apartamento para comer y coger, lo invito al mío para comer y coger, vemos películas juntos, nos mensajeamos todos los días, nos contamos intimidades y hacemos planes para los días siguientes. Todo parece que somos por lo menos amigovios. Claro, al igual que me ha sucedido otras veces, la relación tiene fecha de caducidad: vino a esta ciudad por tan solo dos meses y ya ahora le queda uno más. A veces me escribe que se siente triste porque el tiempo pasa muy rápido y yo me hago el valeverguista, pero últimamente me siento más encariñado y también pienso en su fugacidad patente.
No sé si es efecto de un cambio profundo en mí, un desencanto por las relaciones o una desidia por comprometerme en general, tal vez acrecentado todo por un temor a sufrir de nuevo por una inminente y pronta separación, pero no le demuestro a M todo lo bien que la paso con él: lo mucho que disfruto de su intelectualidad, de su sentido del humor y su plática erudita sin pretensiones, y de su cuerpo trabajado y cuidado. Es un chavalazo en verdad, lo cual me parece muy extraño en este contexto y en este momento. Y, con todo y lo que gozo de su existencia temporal, me doy cuenta de que mi autosexualidad está fortaleciéndose: busco el sexo en todos y la pareja en ninguno.
Esta semana que recién termina, en su recorrido vacacional por este continente, D se quedó conmigo cinco días y me animé a jugar de guía turístico. La primera noche lo llevé a un bar de ambiente y luego a un bar de sexo explícito, porque me había dicho en sus correos que le llamaba la atención ver eso que en nuestro mundo no se imagina siquiera. Es el mismo lugar degradado y feo al que fui con C hace meses en su estampida hormonal imparable, pero con D no hubo suerte: todos se comportaron sumamente recatados esa noche y no pudimos ver nada de nada, así que nos fuimos a la casa temprano. Yo le insistí a D si quería ir a un sauna aquí, pero me aclaró que no le gustaban en absoluto, con lo cual yo no tuve pretexto para ir escudándome en mi magnífico sentido de la hospitalidad. Ya al final de su estadía, luego de reconocer que los hombres que se ven en las calles de esta ciudad sí son particularmente guapos y deliciosos, D me dijo un tanto en broma y un tanto afligido: "Yo quería probar una polla de esta ciudad". "No es tan fácil le respondí-, son unos engreídos y cuesta montones que se fijen en vos. Para sexo fácil hay que ir a un sauna". No se habló más del tema. D trajo consigo, cual las mariposas de Mauricio Babilonia, un montón de recuerdos de mi ciudad y de mi gente que se quedaron revoloteando en mi mente y en mi corazón. Me dieron ganas de regresar y recuperar la cotidianeidad de la que no hace mucho me aparté. Mi cuerpo también lo resiente en la resequedad que sufre la epidermis ansiosa de humedad y cansada de tanto frío. En el fondo, D vino a buscar a estas viejas ciudades algo de sexo y mucho de cariño, como todos. No se da cuenta de que, aunque encuentre una ración de ello, será una saciedad temporal lo que experimente y querrá más y más, y le hará mucha falta cuando se vaya, y se engañará y se convencerá de que aquí sí se disfruta de buen sexo con cuerpos modelados y de que el amor correspondido y la relación fatisfactoria polulan en los andenes del metro y en los cafés al aire libre. Es mejor que no lo viva, para que así no se engañe.
¿Habrá esperanza en estas relaciones temporales, con fecha de vencimiento? ¿Habrá posibilidades de no fosilizarnos en una autosexualidad autista ante un panorama de pura fugacidad en el sexo y en el cariño? ¿Seré incapaz de salir del círculo vicioso de buscar sexo y terminar en una relación, y luego quejarme de estar en una relación porque coarta mi deseo de disfrutar del sexo libremente? ¿Tenía razón B después de todo?
Tiro a la basura los desperdicios que dejó la corta visita de D, me refugio en mi cuarto y le envío un mensaje cariñoso a M. Quedamos de salir para ver una exposición que a ambos nos interesa y nos quejamos de paso por no tener un espacio privado para disfrutar de nuestros cuerpos como se debe y como tanto nos gusta. Hoy me escribió "hola mi amor" por primera vez en un mensaje y me resultó lindo y aterrador al mismo tiempo. No se ha ido y ya lo extraño, pero tampoco me siento deslumbrado por su ternura ni me desboco en la relación que, si fuera por él, ya tendríamos. No me apetece abrir heridas que tardan en cicatrizar luego. En el fondo, soy una típica pareja autosexual. Qué triste. Qué pena.

Mientras le escribo un mensaje cariñoso a M y me acuerdo de toda mi gente que está tan lejos: http://www.youtube.com/watch?v=dAjO8SmQ6tM&feature=channel_page

8. La flor más débil del jardín


Según lo planeado, dejé la ciudad para irme primero a pasar los últimos días del año a otras ciudades y recibir el año nuevo con un viejo amor. Ahora que lo pienso mejor, en realidad había un viejo amor en cada lugar adonde fui.
Los primeros días, estuve con la persona que me rescató de la relación más nociva que he vivido y que al mismo tiempo me hundió en una de mis peores depresiones, de la que salí revitalizado y renovado, como suele suceder en esos casos. Hace meses, cuando me dirigía a su encuentro por primera vez aquí, temía no poderme contener en mis deseos sexuales y en mi recuerdo del incontrolable encanto que solía producir en mí, con el agravante de que aún estaba en una relación con B y el cargo de conciencia de serle infiel no me dejaba vivir en paz. Al llegar, me di cuenta de inmediato que LC era ahora solo un cuerpo, como quizás lo había sido siempre, sin mayor gloria que su buen estado de conservación pese a la edad y sin mayor encanto que su empeño por ser buena persona. Hablamos mucho y recordamos algo, y una noche, caminando al lado del mar, reconoció que nunca se había enamorado en realidad, ni siquiera del tipo que supuestamente le había robado el corazón y por el que me dejó, de forma bastante vil, después de dos meses de perfecta armonía e ilusión: por medio de un correo electrónico y sin derecho de respuesta. Esa primera vez descubrí que, pese a su bondad, la idealización con la que yo lo había mantenido por años no me hacía justicia: no era ni el adonis de mis sueños ni el tipo seguro que jugaba con el mundo en sus manos. Por fin, después de tantos años, pude ver que LC era simplemente un hombre bueno y sencillo, nada intelectual ni tampoco muy sensato, poco entregado, y sí muy aficionado a escapar. La segunda vez, entonces, llegué sin ninguna expectativa y, ya con B perdido en la distancia del desencanto (al fin y al cabo me había terminado del mismo modo que LC y cada día el hechizo que me ligaba a él se distorsionaba más), me cogí a LC con todas las ganas y de alguna manera lo utilicé como solo un cuerpo, receptor de mi miembro y de mi semen, tan solo eso: un hueco con carne y hueso, al que disfruté sin ningún sentimiento, sin ningún aprecio profundo siquiera.
Un día de esos, mientras LC trabajaba, aproveché para ir a la ciudad de J, que está muy cerca. Aproveché mucho ese día y pude conocer una ciudad con un encanto muy distinto al de la ciudad con la que mi cuerpo ha llegado a fusionarse. Esa tarde me cogí a J en la parte de atrás de su carro, después de tanta insistencia de su parte. Como él vive con su familia y no ha habido ninguna oportunidad, me convenció de que fuéramos a un lugar deshabitado, a la orilla de la calle, y que me lo cogiera allí. Fue súper incómodo, y me sentí devuelto a los tiempos de putería en el carro, cuando recién me lo compré tras la ruptura precisamente con LC. En fin, fue un polvo estresante (siempre que pasaba un carro por la calle me entraba el miedo de que nos vieran) y poco reparador.
Luego fui a otras ciudades en las que sexo se dice en otras lenguas y los cuerpos son algo pálidos y más altos y robustos. Pese a las posibilidades que se vislumbraban de aprender sobre la sexualidad en otro idioma, caí enfermo el primer día y estuve en cama y con fiebre por los siguientes tres. Eso sí, no hay mal que por bien no venga, porque pude pasar todo ese tiempo atendido y chineado por otro viejo amor, ahora madre y esposa, pero igual de dulce e íntima que siempre. R me alimentó, me entretuvo con sus historias y reflexiones sobre la vida, compartió conmigo las cosas del alma y no me juzgó ni un solo instante. Esos amores son los que realmente valen la pena. Y con ella recordé una conversación que había tenido muchos años atrás con P, quien me contó que, cuando era niña, tenía que quedarse encerrada en la casa mientras los demás niños del barrio salían a correr y jugar, porque sus ataques de asma y sus frecuentes enfermedades le impedían salir a ensuciarse y romperse las rodillas como los demás. Ese día los dos andábamos depre porque estábamos enfermos y ella recordó un pensamiento que la había agobiado toda su infancia y que la seguía acompañando como esos malos fantasmas que nos cubren de por vida con un halo de miseria: ella era la flor más débil del jardín, la que no suelta aroma ni luce espléndida en medio de las demás flores, la que nadie corta porque es demasiado ordinaria, la que se marchita con facilidad y se muere pronto. Y yo me sentí identificado...
Días después volé a encontrarme con otro viejo amor, que había convivido conmigo unas cuantas semanas acoplando su cuerpo con el mío cuando le apetecía o no podía resistir por más tiempo la abstinencia, regalándome momentos de muy grata charla, riéndose conmigo ante la pantalla proyectora de una película o una serie, y negándome siempre el cariño o cualquier muestra de afecto que fuera más allá de la amistad o del sexo. Me carcomía la ansiedad de reencontrarme con él, esta vez en casa de su pareja, a quien yo había conocido por encima y cuya imagen siempre se me materializaba en la mente cuando tenía sexo con T. No tenía expectativas de volver a recorrer su cuerpo ni de que me diera el cariño que siempre eché de menos, pero necesitaba verlo para saber que estaba bien y para romper el encanto. Estoy convencido de que es necesario y sano reencontrarte con tus amores, tus exparejas y tus polvos especiales tiempo después, para darte cuenta de que no eran ni la mitad de lo maravillosos que te habías empecinado en creer, sino cuerpos y personas normales, que se cruzaron en tu vida en el momento requerido y que o enrumbaron tu camino o repararon alguna avería que no te dejaba andar libremente o te enseñaron alguna de esas minucias fundamentales de la vida. Tan solo eso las hace especiales, pero no indispensables, como nos parece cuando se alejan y el universo se derrumba frente a nuestros pies.
En fin, pasé una semana con T y su pareja, me agasajaron muchísimo, se preocuparon por mi bienestar y me sacaron a conocer y a disfrutar de la vida gay de sus ciudades tanto como mi endeble salud y mi bajo nivel de energía se los permitió. No probé el sabor del sexo nórdico junto a una calefacción y una ventana con vista ataviada de blanco, ni tampoco logré encontrar al tierno T de mis recuerdos entre tanto frío y tanta ocupación. Ya no estaba. Quizás nunca estuvo y yo todo me lo había imaginado. O tal vez estaba, pero no para mí. Para mi sorpresa, pasar tanto tiempo con su pareja no me incomodó; más bien debo confesar que se comportó de un modo particularmente agradecido y hasta afectuoso conmigo. Todavía me ronda la pregunta de si estará enterado de lo que pasó entre T y yo hace años, si albergará siquiera una duda o un presentimiento, si habrá adivinado alguna vez un gesto. En todo caso, ya no importa, porque no queda nada, ni rastros ni secuelas. T sigue siendo encantador, pero distante. Me lo aclaró en el tren el día que me acompañó al aeropuerto: "A veces la gente quiere recuperar los momentos felices que vivió con otros y se pasa recordando y reclamando porque ya no es así. Yo reconozco que viví esos momentos y los disfruté al máximo, pero todo quedó en el pasado y ahora mi vida es totalmente distinta". Le di un beso en la mejilla y cada quien caminó hacia su destino, por rutas opuestas.
Volví a mi ciudad, a la que tanto extrañé durante esas semanas, seguro de que en ella encontraría la salud que tanto había mermado y la seguridad y la intimidad de mi espacio. Me atacó otro periodo de enfermedad y me obligó a encerrarme varios días más. Como se lo comenté a R, sigo pensando que soy un claro producto de los adelantos de la medicina moderna. Los antibióticos y todos esos químicos raros son la clave de mi permanencia. En otro momento, en otras circunstancias, quizás hace ya mucho que hubiera cambiado de dimensión, mermado por la ley natural de la sobrevivencia del más fuerte. Es una fragilidad hereditaria, que comparten otros miembros de mi familia, pero que tomó fuerza aquí por el frío. Ya estoy bien.
¿Por qué nos empeñamos en querer recuperar el pasado? ¿Por qué no aceptamos que la vida es tan solo un compendio de retazos de felicidad y tristeza, y de odio y amor, y de ilusión y desencanto, y de enojo y reconciliación, y de frustración y alegría? ¿Será efectivamente sanador reencontrarte con el pasado y desenmascararlo y desenmascararte? ¿O será mejor morir con el recuerdo distorsionado y mil veces reinventado de la grandeza de la felicidad de otrora, de la genialidad de tus exparejas y examores, de la vida que en realidad no viviste sino que creés haber vivido?
Canta Sabina que "amores que matan no mueren" y yo le había creído por demasiados años. Es mentira. Los amores que te matan en un momento de tu vida pueden morir si cometés filocidio, lo cual es muy fácil: basta con buscarlos y descubrir que la mayoría de ellos -por no decir todos y pecar de pesimistas- son solo cuerpos comunes que viven en ciudades corrientes, algunos más honestos, otros más entrañables, pero todos igualmente víctimas de nuestra costumbre de endiosarlos, de adorarlos y finalmente de repudiarlos cuando encontramos a algún otro a quien dirigir nuestra carencia de amor.

Mientras voy en el tren o en el avión, después de algún reencuentro: http://www.youtube.com/watch?v=bs73eGP0BEM&feature=channel_page