viernes, 27 de febrero de 2009

10. Matrimonio de ciudad


Hace unas semanas me llevé una de esas sorpresas que te alegran la noche y te salvan la semana. Se me metió que no quería quedarme aburrido en la casa, así que me envolví como un tamal y me fui a ver una obra de teatro que hacía rato quería ver. Claro, todo se agota rapidísimo, así que, cuando llegué, ya no había entradas, por lo que corrí a mi segunda opción: otra obra que tenía apuntada en mi lista de actividades recreativas. Cuando me senté, empecé a notar que el teatro estaba lleno de parejas de lesbianas, grupitos de tres o cuatro locas, parejas de hombres con mujeres en claro plan "te acompaño a la obra gay para que no te la perdás". Y cuando leí la sinopsis me di cuenta de que la obra era de tema lésbico, cosa que no recordaba haber visto cuando leí el anuncio. Me acomodé en mi asiento y seguí con la ficha: director: Fulanito, actrices: Menganita y y y y aquí me llevé la sorpresa de que la protagonista era Antonia San Juan, la Agrado de Todo sobre mi madre, a quien ya había visto también en un monólogo titulado "Otras mujeres", una genialidad de vulgaridades y reflexiones sobre la vida. Perfecto -me dije-: noche de homoarte entonces. La obra se llamaba "Matrimonio de Boston", en referencia al eufemismo con el que se conocían en el siglo XIX las parejas lésbicas. En resumen, la historia cómica trataba de dos "amigas" entradas en años, su lucha por sobrevivir de forma acomodada a expensas de un "protector" y sus necesidades de afecto y sexo. Una de ellas, Antonia San Juan, estaba enamorada de la otra, Rocío Calvo, quien no parecía corresponderle en la actualidad pese a haber mantenido una relación amorosa por años, pues estaba ilusionada con una niña bien. Y así transcurre la historia, la una tratando de convencer a la otra de que deben quedarse juntas, mientras la otra solo piensa en su nuevo amor y le ruega que le ayude a hacerla caer en la red del orgasmo. ¿Por qué cuento todo esto? Bueno, porque recién hoy me doy cuenta de que he estado viviendo en estos últimos dos meses en un matrimonio algo bostoniano con M, sin haberme dado cuenta ni nada. Desde que lo conocí no me he acostado con nadie; incluso ya solo recorro por breves minutos la ciberciudad para ver las fotos porno del día y aparezco siempre como invisible para evitar tentaciones. Nos hablamos, nos mandamos mensajes y chateamos todos los días. Salimos por lo menos tres veces a la semana, dormimos juntos al menos una vez y cogemos todas las veces que se nos presenta la oportunidad. Y, claro, como buen matrimonio que ha sido, peleamos, nos resentimos, me cela, le hago berrinches, me hace escenitas, nos reconciliamos, etc., etc., etc. Es decir, todas esas cosas desagradables y tontas de las relaciones que tanto me molestan.
Hace dos semanas me encontré a un viejito de 86 años en la fila del supermercado y me contó en segundos su vida y milagros, pero sobre todo lo triste que siempre andaba desde que se le había muerto la esposa, hacía un año, después de medio siglo de fundirse con ella. No podía superarlo y se le pusieron los ojos vidriosos cuando me lo relató. Me preguntó si yo tenía novia, porque pensaba que estar en pareja era lo mejor que le podía suceder a una persona. Le respondí que sí, principalmente para complacerlo. Pagó y se despidió de mí. Yo me quedé pensando en lo que sería vivir casi toda tu vida con una misma pareja y seguir enamorado hasta el final, hasta el punto de no concebir la existencia sin el otro. ¿Será ese efectivamente el estado perfecto del ser humano? ¿Un autosexual como yo tendrá perspectivas si es así? A, mi amigo portugués, me comentó que, cuanto más autosexuales somos, más peligro existe de que emerja una multiplicidad de personalidades. Dicho en portugués suena hasta poético, pero la verdad es que me dejó pensando: ¡Qué cierto es esto que dice A! Dentro de mis variadas psicopatologías sin desarrollar (siempre he pensado que estuve a punto de nacer autista, y además padezco de acrofobia, anginofobia, atelofobia, atiquifobia, claustrofobia, coitofobia, falacrofobia, meningitofobia, obesofobia, tropofobia, filofobia y gamofobia, entre otras), debo reconocer que se me presentan destellos de personalidad bipolar, que siempre he pensado que son herencia materna: en un momento estoy feliz y al siguiente estoy de mal humor, sin razón aparente. Y esto que dice A me suena conocido: Hay varios yo por ahí y nunca sé cuál va a controlar la situación. En un momento soy un loco cariñoso y un enamorado de la vida y del amor, y al segundo siguiente no quiero comprometerme con nadie, renunciar a mi individualidad ni entregarme. M lo ha notado y le causa mucha frustración. Hoy prácticamente me terminó. Me pidió que fuéramos solamente amigos, porque le hace daño pensar que él ha estado en una relación de pareja con la mirada puesta en el futuro y yo he estado en una relación de pareja con los pies bien plantados en el presente. O sea, él había construido un futuro, se había planteado una loca posibilidad de seguir conmigo, mientras yo lo besaba pero dirigía mi mirada al que vendría después. Dice que es culpa de él, que se armó una historia irreal sin darse cuenta, que se enamoró de mí sin percatarse, que se siente triste y ahora no sabe ni cómo despedirse de mí. Yo me siento culpable por no sentir lo mismo, sobre todo porque lo quiero y me encanta compartir con él, pero siempre pensando en la caducidad de la relación. Mientras él se planteaba vivir conmigo un matrimonio como el del viejito del súper, yo andaba viviendo mi "matrimonio de ciudad": acelerado, presente, un tanto anónimo y colectivo. Y M ya no sabe si quiere verme más. Y yo no sé si quiero mantenerlo a mi lado por las pocas semanas que quedan, quererlo y luego extrañarlo y hasta llorarlo. No sé si mi apatía amorosa es fruto de la decepción con respecto a B o si eso es solo el mejor pretexto que me he construido para justificar mi desapego y actitud poco cariñosa.
M es ciertamente un chavalazo. Físicamente, es un tipo con un cuerpo bien trabajado, un culote y una pichota. Intelectualmente, es una cajita de conocimientos sobre arte, historia, cocina, política, ciencia... Humanamente, es un ser respetuoso y solidario. Sexualmente, es un polvazo. Como pareja, es cariñoso, entregado, chineador y aguantador. ¿Se puede esperar algo más de una persona?
Por lo pronto, parece que mi matrimonio se ha disuelto y que ambos volveremos a la soltería/putería urbana.
¿He sido demasiado realista esta vez al tener claro que la relación era temporal mientras él se la imaginaba a largo plazo? ¿Será que la terapia de dos años me liberó de mi afición por armarme castillos en el aire y por verme casado con cuanto patas vueltas se me atravesaba? ¿O será más bien que me he convertido en uno de esos tipos de los que solía enamorarme sin razón, que te mostraban todo el encanto para capturarte y luego te dejaban tirado sin mayor motivo ni preocupación?
Estoy aquí sentado frente a la pantalla luminosa y sin tener muy claro qué voy a hacer un viernes con una noche preciosa. Iba a cocinar para M, luego íbamos a ver una película y finalmente íbamos a dormir juntos. Me canceló porque prefiere reflexionar y no se siente cómodo conmigo. Esta historia despide un olor rancio, bien añejo. Ya la he saboreado un montón de veces antes. No me indigesta pero tampoco me sacia el espíritu. A fin de cuentas, de lo que se trata es de quedarse solo de nuevo, un poco más anticipadamente de lo que ya se preveía. Quizás también un poco más desconcertado. Quizás incluso un poco más divorciado, enviudado y gamofóbico.

Mientras me acuerdo de los ojos llorosos del viejito que hablaba de su esposa muerta: http://www.youtube.com/watch?v=W9X8_gycTUY&feature=channel_page

sábado, 7 de febrero de 2009

9. Parejas autosexuales


Le escuché por primera vez el concepto anoche a un director de cine, que mostró en un corto su visión de las parejas modernas, hetero y homosexuales por igual. Según su parecer, la pareja contemporánea es la pareja autosexual, en la que cada quien se encuentra en una relación consigo mismo, enamorado de sí mismo y comprometido consigo mismo. Eso es lo que define el amor en nuestros tiempos. Me pareció muy acertado y no puedo negar que reconozco que la descripción se apega bastante a como creo funcionar de un tiempo para acá.
Conocí a M en la ciberciudad, porque le escribí atraído por una frase de su perfil, muy originial aunque algo burda, y por las fotos que dejaban ver a un tipo bastante agraciado. Me contestó mi mensaje casi de inmediato y nos vimos a los pocos días. M es también un cuerpo nuevo en esta ciudad, a la que vino temporalmente para aprender el idioma, así que no me resulta extraño que sea uno de los pocos cibercuerpos que se haya decidido por atestiguar el milagro de la encarnación. Los cuerpos endémicos siguen viviendo en el paganismo absoluto aquí, lo cual me parecería fascinante si no fuera porque me temo que lo que hay detrás de ello es el miedo a mostrar la debilidad carnal y a pasar por simples mortales. En la ciberciudad son todo lo que quieren ser, casi diríamos que seres mitológicos con cuerpos hermosamente perfectos tallados a su gusto y encargo, y personalidades magnificadas por descripciones que conquetean con la heroicidad epopéyica. Posiblemente son tan poca cosa que no llegan ni siquiera a ser poca cosa en la realidad, así que se esconden en la virtualidad del panteón de los divinizados e inalcanzables. En fin, me encontré con M en la boca del metro, lo cual me sigue causando una enorme angustia al tener que esperar a un desconocido que no estoy tan seguro de reconocer cuando asume la fachada de carne y hueso y, peor aún, me sobrecoge la inseguridad y la baja autoestima, porque empiezo a pensar que no le voy a gustar a esa persona, que se va a desencantar a primera vista o que me va a reconocer de lejos y va a decidir mejor no acercarse porque yo no era lo que esperaba. Como se ve, la paso malísimo en esos encuentros. El punto es que M llegó tarde, así que me desesperé caminando como león encerrado de un lado a otro del parque cercano a la boca del metro, pero apenas me vio se acercó y me saludó con dos besos en la mejilla. No pude apreciar ninguna mueca de asombro ni ninguna mirada de desengaño, así que me tranquilicé y caminamos mientras hablábamos como si fuéramos viejos conocidos. Después de un rato me invitó a tomar café en el apartamento al que se acababa de mudar y, luego de una larga conversación, terminamos en su cama besándonos, tocándonos, chupándonos y regándonos. Afortunadamente las fotos no mentían esta vez y yo parecí gustarle mucho. Al día siguiente recibí un mensaje por cibercorreo de su parte, en el que me preguntaba si quería volverlo a ver o si prefería que todo quedara en un polvo. Le contesté que me gustaba mucho como persona y como polvo recurrente (bueno, no usé esas palabras, pero esa es la idea), así que volvimos a encontrarnos después. No sé si fue el cambio de clima o contagio de mi gripe, pero M se enfermó a los pocos días y yo me encontré llevándole medicamentos y sopa de verduras, con lo cual creo que nuestra relación empezó a adquirir rasgos de intimidad rápidamente. Creo que, muy a mi pesar, estoy saliendo con él, pues vamos a comer juntos, me invita a su apartamento para comer y coger, lo invito al mío para comer y coger, vemos películas juntos, nos mensajeamos todos los días, nos contamos intimidades y hacemos planes para los días siguientes. Todo parece que somos por lo menos amigovios. Claro, al igual que me ha sucedido otras veces, la relación tiene fecha de caducidad: vino a esta ciudad por tan solo dos meses y ya ahora le queda uno más. A veces me escribe que se siente triste porque el tiempo pasa muy rápido y yo me hago el valeverguista, pero últimamente me siento más encariñado y también pienso en su fugacidad patente.
No sé si es efecto de un cambio profundo en mí, un desencanto por las relaciones o una desidia por comprometerme en general, tal vez acrecentado todo por un temor a sufrir de nuevo por una inminente y pronta separación, pero no le demuestro a M todo lo bien que la paso con él: lo mucho que disfruto de su intelectualidad, de su sentido del humor y su plática erudita sin pretensiones, y de su cuerpo trabajado y cuidado. Es un chavalazo en verdad, lo cual me parece muy extraño en este contexto y en este momento. Y, con todo y lo que gozo de su existencia temporal, me doy cuenta de que mi autosexualidad está fortaleciéndose: busco el sexo en todos y la pareja en ninguno.
Esta semana que recién termina, en su recorrido vacacional por este continente, D se quedó conmigo cinco días y me animé a jugar de guía turístico. La primera noche lo llevé a un bar de ambiente y luego a un bar de sexo explícito, porque me había dicho en sus correos que le llamaba la atención ver eso que en nuestro mundo no se imagina siquiera. Es el mismo lugar degradado y feo al que fui con C hace meses en su estampida hormonal imparable, pero con D no hubo suerte: todos se comportaron sumamente recatados esa noche y no pudimos ver nada de nada, así que nos fuimos a la casa temprano. Yo le insistí a D si quería ir a un sauna aquí, pero me aclaró que no le gustaban en absoluto, con lo cual yo no tuve pretexto para ir escudándome en mi magnífico sentido de la hospitalidad. Ya al final de su estadía, luego de reconocer que los hombres que se ven en las calles de esta ciudad sí son particularmente guapos y deliciosos, D me dijo un tanto en broma y un tanto afligido: "Yo quería probar una polla de esta ciudad". "No es tan fácil le respondí-, son unos engreídos y cuesta montones que se fijen en vos. Para sexo fácil hay que ir a un sauna". No se habló más del tema. D trajo consigo, cual las mariposas de Mauricio Babilonia, un montón de recuerdos de mi ciudad y de mi gente que se quedaron revoloteando en mi mente y en mi corazón. Me dieron ganas de regresar y recuperar la cotidianeidad de la que no hace mucho me aparté. Mi cuerpo también lo resiente en la resequedad que sufre la epidermis ansiosa de humedad y cansada de tanto frío. En el fondo, D vino a buscar a estas viejas ciudades algo de sexo y mucho de cariño, como todos. No se da cuenta de que, aunque encuentre una ración de ello, será una saciedad temporal lo que experimente y querrá más y más, y le hará mucha falta cuando se vaya, y se engañará y se convencerá de que aquí sí se disfruta de buen sexo con cuerpos modelados y de que el amor correspondido y la relación fatisfactoria polulan en los andenes del metro y en los cafés al aire libre. Es mejor que no lo viva, para que así no se engañe.
¿Habrá esperanza en estas relaciones temporales, con fecha de vencimiento? ¿Habrá posibilidades de no fosilizarnos en una autosexualidad autista ante un panorama de pura fugacidad en el sexo y en el cariño? ¿Seré incapaz de salir del círculo vicioso de buscar sexo y terminar en una relación, y luego quejarme de estar en una relación porque coarta mi deseo de disfrutar del sexo libremente? ¿Tenía razón B después de todo?
Tiro a la basura los desperdicios que dejó la corta visita de D, me refugio en mi cuarto y le envío un mensaje cariñoso a M. Quedamos de salir para ver una exposición que a ambos nos interesa y nos quejamos de paso por no tener un espacio privado para disfrutar de nuestros cuerpos como se debe y como tanto nos gusta. Hoy me escribió "hola mi amor" por primera vez en un mensaje y me resultó lindo y aterrador al mismo tiempo. No se ha ido y ya lo extraño, pero tampoco me siento deslumbrado por su ternura ni me desboco en la relación que, si fuera por él, ya tendríamos. No me apetece abrir heridas que tardan en cicatrizar luego. En el fondo, soy una típica pareja autosexual. Qué triste. Qué pena.

Mientras le escribo un mensaje cariñoso a M y me acuerdo de toda mi gente que está tan lejos: http://www.youtube.com/watch?v=dAjO8SmQ6tM&feature=channel_page

8. La flor más débil del jardín


Según lo planeado, dejé la ciudad para irme primero a pasar los últimos días del año a otras ciudades y recibir el año nuevo con un viejo amor. Ahora que lo pienso mejor, en realidad había un viejo amor en cada lugar adonde fui.
Los primeros días, estuve con la persona que me rescató de la relación más nociva que he vivido y que al mismo tiempo me hundió en una de mis peores depresiones, de la que salí revitalizado y renovado, como suele suceder en esos casos. Hace meses, cuando me dirigía a su encuentro por primera vez aquí, temía no poderme contener en mis deseos sexuales y en mi recuerdo del incontrolable encanto que solía producir en mí, con el agravante de que aún estaba en una relación con B y el cargo de conciencia de serle infiel no me dejaba vivir en paz. Al llegar, me di cuenta de inmediato que LC era ahora solo un cuerpo, como quizás lo había sido siempre, sin mayor gloria que su buen estado de conservación pese a la edad y sin mayor encanto que su empeño por ser buena persona. Hablamos mucho y recordamos algo, y una noche, caminando al lado del mar, reconoció que nunca se había enamorado en realidad, ni siquiera del tipo que supuestamente le había robado el corazón y por el que me dejó, de forma bastante vil, después de dos meses de perfecta armonía e ilusión: por medio de un correo electrónico y sin derecho de respuesta. Esa primera vez descubrí que, pese a su bondad, la idealización con la que yo lo había mantenido por años no me hacía justicia: no era ni el adonis de mis sueños ni el tipo seguro que jugaba con el mundo en sus manos. Por fin, después de tantos años, pude ver que LC era simplemente un hombre bueno y sencillo, nada intelectual ni tampoco muy sensato, poco entregado, y sí muy aficionado a escapar. La segunda vez, entonces, llegué sin ninguna expectativa y, ya con B perdido en la distancia del desencanto (al fin y al cabo me había terminado del mismo modo que LC y cada día el hechizo que me ligaba a él se distorsionaba más), me cogí a LC con todas las ganas y de alguna manera lo utilicé como solo un cuerpo, receptor de mi miembro y de mi semen, tan solo eso: un hueco con carne y hueso, al que disfruté sin ningún sentimiento, sin ningún aprecio profundo siquiera.
Un día de esos, mientras LC trabajaba, aproveché para ir a la ciudad de J, que está muy cerca. Aproveché mucho ese día y pude conocer una ciudad con un encanto muy distinto al de la ciudad con la que mi cuerpo ha llegado a fusionarse. Esa tarde me cogí a J en la parte de atrás de su carro, después de tanta insistencia de su parte. Como él vive con su familia y no ha habido ninguna oportunidad, me convenció de que fuéramos a un lugar deshabitado, a la orilla de la calle, y que me lo cogiera allí. Fue súper incómodo, y me sentí devuelto a los tiempos de putería en el carro, cuando recién me lo compré tras la ruptura precisamente con LC. En fin, fue un polvo estresante (siempre que pasaba un carro por la calle me entraba el miedo de que nos vieran) y poco reparador.
Luego fui a otras ciudades en las que sexo se dice en otras lenguas y los cuerpos son algo pálidos y más altos y robustos. Pese a las posibilidades que se vislumbraban de aprender sobre la sexualidad en otro idioma, caí enfermo el primer día y estuve en cama y con fiebre por los siguientes tres. Eso sí, no hay mal que por bien no venga, porque pude pasar todo ese tiempo atendido y chineado por otro viejo amor, ahora madre y esposa, pero igual de dulce e íntima que siempre. R me alimentó, me entretuvo con sus historias y reflexiones sobre la vida, compartió conmigo las cosas del alma y no me juzgó ni un solo instante. Esos amores son los que realmente valen la pena. Y con ella recordé una conversación que había tenido muchos años atrás con P, quien me contó que, cuando era niña, tenía que quedarse encerrada en la casa mientras los demás niños del barrio salían a correr y jugar, porque sus ataques de asma y sus frecuentes enfermedades le impedían salir a ensuciarse y romperse las rodillas como los demás. Ese día los dos andábamos depre porque estábamos enfermos y ella recordó un pensamiento que la había agobiado toda su infancia y que la seguía acompañando como esos malos fantasmas que nos cubren de por vida con un halo de miseria: ella era la flor más débil del jardín, la que no suelta aroma ni luce espléndida en medio de las demás flores, la que nadie corta porque es demasiado ordinaria, la que se marchita con facilidad y se muere pronto. Y yo me sentí identificado...
Días después volé a encontrarme con otro viejo amor, que había convivido conmigo unas cuantas semanas acoplando su cuerpo con el mío cuando le apetecía o no podía resistir por más tiempo la abstinencia, regalándome momentos de muy grata charla, riéndose conmigo ante la pantalla proyectora de una película o una serie, y negándome siempre el cariño o cualquier muestra de afecto que fuera más allá de la amistad o del sexo. Me carcomía la ansiedad de reencontrarme con él, esta vez en casa de su pareja, a quien yo había conocido por encima y cuya imagen siempre se me materializaba en la mente cuando tenía sexo con T. No tenía expectativas de volver a recorrer su cuerpo ni de que me diera el cariño que siempre eché de menos, pero necesitaba verlo para saber que estaba bien y para romper el encanto. Estoy convencido de que es necesario y sano reencontrarte con tus amores, tus exparejas y tus polvos especiales tiempo después, para darte cuenta de que no eran ni la mitad de lo maravillosos que te habías empecinado en creer, sino cuerpos y personas normales, que se cruzaron en tu vida en el momento requerido y que o enrumbaron tu camino o repararon alguna avería que no te dejaba andar libremente o te enseñaron alguna de esas minucias fundamentales de la vida. Tan solo eso las hace especiales, pero no indispensables, como nos parece cuando se alejan y el universo se derrumba frente a nuestros pies.
En fin, pasé una semana con T y su pareja, me agasajaron muchísimo, se preocuparon por mi bienestar y me sacaron a conocer y a disfrutar de la vida gay de sus ciudades tanto como mi endeble salud y mi bajo nivel de energía se los permitió. No probé el sabor del sexo nórdico junto a una calefacción y una ventana con vista ataviada de blanco, ni tampoco logré encontrar al tierno T de mis recuerdos entre tanto frío y tanta ocupación. Ya no estaba. Quizás nunca estuvo y yo todo me lo había imaginado. O tal vez estaba, pero no para mí. Para mi sorpresa, pasar tanto tiempo con su pareja no me incomodó; más bien debo confesar que se comportó de un modo particularmente agradecido y hasta afectuoso conmigo. Todavía me ronda la pregunta de si estará enterado de lo que pasó entre T y yo hace años, si albergará siquiera una duda o un presentimiento, si habrá adivinado alguna vez un gesto. En todo caso, ya no importa, porque no queda nada, ni rastros ni secuelas. T sigue siendo encantador, pero distante. Me lo aclaró en el tren el día que me acompañó al aeropuerto: "A veces la gente quiere recuperar los momentos felices que vivió con otros y se pasa recordando y reclamando porque ya no es así. Yo reconozco que viví esos momentos y los disfruté al máximo, pero todo quedó en el pasado y ahora mi vida es totalmente distinta". Le di un beso en la mejilla y cada quien caminó hacia su destino, por rutas opuestas.
Volví a mi ciudad, a la que tanto extrañé durante esas semanas, seguro de que en ella encontraría la salud que tanto había mermado y la seguridad y la intimidad de mi espacio. Me atacó otro periodo de enfermedad y me obligó a encerrarme varios días más. Como se lo comenté a R, sigo pensando que soy un claro producto de los adelantos de la medicina moderna. Los antibióticos y todos esos químicos raros son la clave de mi permanencia. En otro momento, en otras circunstancias, quizás hace ya mucho que hubiera cambiado de dimensión, mermado por la ley natural de la sobrevivencia del más fuerte. Es una fragilidad hereditaria, que comparten otros miembros de mi familia, pero que tomó fuerza aquí por el frío. Ya estoy bien.
¿Por qué nos empeñamos en querer recuperar el pasado? ¿Por qué no aceptamos que la vida es tan solo un compendio de retazos de felicidad y tristeza, y de odio y amor, y de ilusión y desencanto, y de enojo y reconciliación, y de frustración y alegría? ¿Será efectivamente sanador reencontrarte con el pasado y desenmascararlo y desenmascararte? ¿O será mejor morir con el recuerdo distorsionado y mil veces reinventado de la grandeza de la felicidad de otrora, de la genialidad de tus exparejas y examores, de la vida que en realidad no viviste sino que creés haber vivido?
Canta Sabina que "amores que matan no mueren" y yo le había creído por demasiados años. Es mentira. Los amores que te matan en un momento de tu vida pueden morir si cometés filocidio, lo cual es muy fácil: basta con buscarlos y descubrir que la mayoría de ellos -por no decir todos y pecar de pesimistas- son solo cuerpos comunes que viven en ciudades corrientes, algunos más honestos, otros más entrañables, pero todos igualmente víctimas de nuestra costumbre de endiosarlos, de adorarlos y finalmente de repudiarlos cuando encontramos a algún otro a quien dirigir nuestra carencia de amor.

Mientras voy en el tren o en el avión, después de algún reencuentro: http://www.youtube.com/watch?v=bs73eGP0BEM&feature=channel_page