domingo, 19 de abril de 2009

13. Los cuerpos en los que no estoy



Recuerdo que en terapia un tema recurrente (¿hay temas que no sean recurrentes en terapia o en la vida misma?)fue el de qué buscaba yo en los otros. Sí, en esos otros de las discos, de los bares, de los saunas; esos otros con los que amanecía empiernado y de los que si apenas recordaba la forma en que los había conocido la noche anterior; esos a los que examinaba de espaldas en la mañana mientras me rompía la cabeza por acordarme del nombre; y también esos otros cuyo cuerpo me resultaba más familiar aunque su alma siempre parecía ausente. A lo largo de dos años surgieron miles de respuestas, hipótesis, supuestos, consideraciones y justificaciones. Tanta objetivación de mi psique y de mi conducta al menos servía para que saliera de la consulta con una sonrisa de satisfacción tallada en la cara, porque ya me entendía mejor, porque había logrado descifrar un enigma más de mi conducta. Las más de las veces, eso sí, salía con los ojos empañados y mil recuerdos y reflexiones rasguñándome la mente, porque me daba cuenta de lo patética que era mi vida amorosa o de lo confuso que era mi actuar, sea porque en realidad no lograba entender qué quería, sea porque sentía que lo daba todo y recibía bien poco. En todo caso, así se configuró el tema del otro en mi vida personal: ¿quién era ese otro del que tanto se habla en las canciones, en las películas, en los libros, en las historias de todo el mundo? ¿Qué es lo que queremos en realidad? ¿Qué buscamos?
Después de mi experiencia en el sauna de putos, decidí que tenía que hacerme a la idea de quedarme tranquilo y disfrutar de lo que hubiera disponible en la ciudad, pero el diablo es puerco, así que ese mismo fin de semana me llegó un mensaje de un ciberciudadano en que me invitaba a una fiesta en ropa interior. La idea me encantó, así que me inscribí inmediatamente para la fiesta del miércoles. Pero eso era como una crónica de lo anunciado, como era obvio que tenía que suceder: la tal fiesta privada en ropa interior era la forma en que un grupo de hombres bastante maduros y descuidados conseguían "ligar" a otros más jóvenes y cuidados. Una vez en el lugar, no había escapatoria, así que me junté con los dos más jovencillos que había. La pasamos muy bien riéndonos y conversando mientras se pudo, pero luego se dijo que teníamos que hacer un círculo y jugar algo para conocernos. El juego fue el típico "castigo" condimentado con "beso" y "verdad", que llevaba a la imposición de retos relacionados con darle un beso a sutano, pegarle en las nalgas a mengano y acariciarle un huevo a fulano. Por dicha era un día laboral, así que todo terminó antes de que se saliera de control y nos viéramos involucrados en una orgía nada apetecible. No volví a responder las invitaciones, pese a que algunos de los mayores insistían en que teníamos que mantener vivo el grupo y seguir reuniéndonos.
Llegó el viernes y salí a celebrar mi cumpleaños próximo con A y su amigo mexicano D. Fuimos a comer y luego salimos a bailar de nuevo. La pasamos genial, pero a cierta hora no pude evitar entrar en ansiedad mirando a mi alrededor a ver si había algún otro interesado en mí. Siempre, por más que me lo propongo, termino buscándolo. Había uno que me miraba y me sonreía, con el que me besé un par de veces, pero luego se desaparecía. A se fue temprano, pero D se quedó para servirme de conciencia: "No, dejalo, tú estás muy guapo para ese. ¿Qué se ha creído? Con rogados nada que ver". Y gracias a D, pude mantenerme fuerte en la defensa de mi dignidad. La noche se extinguió y la madrugada nos dejó al descubierto, así que decidimos volver a casa. Al salir, el otro de esa noche estaba con sus amigos y nos preguntó: "Chicos, ¿ya os vais a casa?". D respondió que sí y ni siquiera lo volvimos a ver.
El domingo me fui para otra gran ciudad, más íntima y quizás también más acogedora, donde A, mi amigo portugués. Nos habíamos conocido hacía unos tres años en la ciberciudad, cuando yo aún mostraba mi identificación tropical. Ninguno de los dos se acordó quién fue el primero en contactar al otro ni por qué, pero lo cierto es que con A hubo empatía desde el principio y nos hicimos primero ciberamigos y luego amigos de mayor intimidad a lo largo del tiempo. Mi visita era algo que se había planeado desde hacía años y que nos sorprendió sorprendidos por la afinidad entre ambos. Fue una semana peculiar. Desde el primer día, luego de haber caminado un montón, yo me empecé a poner mimado. Esa noche, hablando con A, se me notó tanto que me dijo en español "niño" y me empezó a hacer cariño. Fue ese el comienzo de una relación que mantuvimos el resto de los días, como amigos cercanos durante el día y como amigos amantes durante las noches, cuando nos abrazábamos para ver la televisión o revisar libros, nos besábamos en los intervalos de conversaciones sobre la vida y el amor, nos sexualizábamos en su cama luego de un largo abrazo que nos sacaba del frío, nos despertábamos cariñosos tratando de despejar mil dudas sobre el futuro de cada uno, y nos acariciábamos con ternura cada tanto que se daba la oportunidad. Parecíamos una pareja que hablaba de sus amores y de sus amantes con naturalidad, sin reproches ni sin temer el juicio inmisericorde del otro. Para A parece que yo fui el empuje que requería para tomar ciertas decisiones muy importantes sobre su vida. Para mí, A fue un oasis de cariño, ternura, intelectualidad y creatividad, alguien que me hizo recuperar a mi yo que se había quizás diluido demasiado entre tanto intento de erotización en la gran ciudad, entre tanto cuerpo desconocido y apático, y entre tanto silencio e incomprensión. Me di cuenta durante esa semana en la que hablábamos de historia, de arte, de otras culturas, de las relaciones humanas, de nuestra condición humana, que poco a poco los meses atrás en la gran ciudad me habían llevado a salirme de mi cuerpo. El yo apasionado por algo más que las últimas marcas de ropa se había retraído sin que me percatara y se había arrinconado como quien se esconde de una historia de agresión. Y esta vez el agresor era yo mismo, que amenazaba con desterrar de mí todo indicio de gusto estético, de lector-escritor aficionado, de ser humano interesado por las culturas. Mi yo sexual lo había relegado. Tuve que salir de esta ciudad y lanzarme en una relación pasional (en la mente y en el cariño) con A para darme cuenta de que yo no estaba en los otros cuerpos y que tampoco estaba en el mío. Era víctima de un desdoblamiento autoeliminador. Hablar siempre otra lengua y abrazar un cuerpo que apenas conocía pero que contenía un alma que -presiento- conozco desde muchísimos siglos atrás, me sirvió para recuperar el enlace entre mi cuerpo y mi esencia.
De A me despedí hace una semana, en la que por medios electrónicos nos hemos agradecido y nos hemos acariciado con palabras varias veces más. Somos amigos y fuimos amantes "puros", de esos que no esperan del otro la entrega y la anulación de su individualidad, de esos que no quieren porque esperan correspondencia, de esos que dan porque les nace dar y no porque desean retribución amorosa. A y yo nos quisimos porque sí, bajo la sombra de otros amores de los que hablamos y a los que tratamos de entender, pero sin pretender que éramos pareja ni construir una relación de expectativas y reproches ante el incumplimiento de estas. Sobre todo, pude apreciar que de alguna manera yo estaba en el cuerpo de A y A estaba en el mío. Y solo cuando me pude ver reflejado, pude también reencontrarme y empezar a aceptarme de nuevo.
En ese tiempo, pude entender también de la experiencia a qué se refiere ese extraño sentimiento, tan lusitano y tan universal, que en portugués recibe el nombre de "saudade". Lo entendí en las estrechas calles empedradas de ilusiones y en las tiernas miradas de A. Lo sentí en la música y en la lengua que intenté aprender y que me sirvió para conocer a la crema y nata de la cultura lisboeta, que se reunió en la casa de la hermana de A para celebrar el cumpleaños de alguien a quien nunca habían visto en la vida y de quien desconocían su existencia (claro, me tocó cocinar enyucados y pescado para once personas acostumbradas posiblemente a comida gourmet, lo cual me estresó bastante también). Lo vivo en los correos de A y lo saboreo en los libros y los discos que me traje. Comprendo bien ahora qué implica ficar con saudade. Y esa saudade maravillosa y hermosa me resuena en las palabras del escritor Al Berto: "Procurar-te-ei até te encontrar, mesmo que só te encontre em corpos onde nao estás..." ("te buscaré hasta encontrarte, aunque solo te encuentre en cuerpos donde no estás")
Todavía me invade la necesidad de buscarme en otros cuerpos y de buscar los otros cuerpos en mí, pero recuperé mis gustos y mi personalidad. Ya no soy un niño amedrentado y oculto, porque alguien le hizo cariño sincero y le permitió salir a la luz otra vez. Y otra vez me resulta más fácil reconocer a esos cuerpos en los que no estoy y nunca estaré. Esos sirven para el sexo, pero para muy poco más.
¿Será cierto entonces que las personas llegan a nuestra vida en el momento y el lugar precisos, cuando debemos aprender algo fundamental que por nosotros mismos no podemos? ¿Será verdad que alguna fuerza nos mueve a encontrarnos y reencontrarnos en diferentes vidas y en distintas formas, tan solo para sorber a poquitos de nuestra esencia y aprender migajas de nuestra realidad?
En este abismo de aventuras sexuales y frustraciones amorosas en las que siento que se desenvuelve mi vida, de soledad azucarada y horas muertas en la computadora, las noches en Lisboa (abrazado a A, leyendo sus libros, escuchando sus historias y sus planes, compartiéndole mis proyectos y perspectivas, comiendo juntos con fado de fondo, haciéndome el niño consentido y él el chineador) se convirtieron en un valle de calma y cariño que mi cuerpo pedía a gritos y que mi corazón solicitaba a llantos. Somos amigos y nada más, pero A reapareció en mi existencia (no sé cuántas vidas llevaremos de conocernos) para hacerme apreciar quién soy viendo lo maravillosa persona que es él. Hay muchos, millones probablemente, de cuerpos en los que no estoy. Pero ahora sé que estoy en este y me toca cerciorarme de que no se me vuelva a olvidar.

Mientras siento que vuelvo a recuperar mi cuerpo: http://www.youtube.com/watch?v=lU6zbbjiefU&feature=related