sábado, 29 de noviembre de 2008

1. Carne como la nuestra


La llegada de C era el pretexto perfecto para salir a putear sin remordimientos: No era que yo quisiera hacerlo, sino que, como buen anfitrión que se precia de hospitalario, debía complacerlo en sus deseos: tener sexo en la gran ciudad para volver con nuevas ganas a la relación. Yo ya me creía totalmente curado de ese mal que llaman ilusionarse sin bases, enamorarse del aire y confundir putería con amor, así que me fui dispuesto a disfrutar del sauna ya sin el sentimiento de infidelidad que me acompañó las primeras semanas. Como de costumbre, el sitio estaba lleno de siluetas sin alma ni palabra. Todo ahí es carne desprovista de razón y emociones. Las personas en el sauna valen por la definición del pectoral y los abdominales, el tamaño de la picha, la voluptuosidad de las nalgas y el atractivo del rostro. Abundan las panzas, las calvicies, las flacuras y las flacideces, claro, y en el sauna todos los defectos se multiplican a la enésima potencia, pero al fin y al cabo todo es cuerpo, todo es carne, todo es semen, todo es sexo. Así que en el sauna se exponen los cuerpos como mercancías y se venden al mejor postor.
C quería quitarse el paño que cubría su parte inferior del cuerpo, porque, según él, su mayor atractivo consiste en mostrar el culo, y al paño achacaba la falta de carne que solicitara su carne. Yo le dije que tuviera paciencia y que ligara de modos más sutiles: miradas lascivas pero desinteresadas, posturas desenfadadas pero sugestivas, colocaciones en lugares no demasiado obvios pero tampoco apartados... Yo, por mi parte, me puse como siempre el paño bastante bajo, de modo que se me apreciara con facilidad el pecho definido, la cadera saltada y la insinuación de la parte baja del abdomen. Primero fue con un alemán, con el que no me regué, pero sí que hablé y entonces pasó de ser solo carne a ser persona. No lo disfruté tanto, pero me calenté. Luego vino el plato fuerte: un tipo flaco, alto, muy definido, bien durito, el más guapo de la noche. Ese al principio fue solo carne, pero carne de la buena, sexo del mejor. Apenas si intercambiamos monosílabos; los suficientes para advertir que era un imbécil sin muchas neuronas y sí que bastante ego. Nos despedimos con una maseada y un beso. Ambos nos quedamos por ahí, dando vueltas y evitando que nuestras miradas se toparan. Y yo me empecé a sentir ansioso, con ganas de hablarle, de conocerlo, de salir con él más, de seguir cogiendo, de acariciarlo, de anochecer y amanecer con él. Busqué aproximaciones precavidas, pero solo me di de frente con desinterés.
C seguía como desesperado, dando vueltas y suplicando sexo, a ratos desanimado y frustrado, a ratos molesto y lloriquento. Yo me quedé sentado en un sillón, esperando que el flaco se me sentara al lado y se hiciera mi novio, hasta que vi que de uno de los saunas salió C con cara de quien no quería la cosa seguido del flaco. Y entonces me quedé ahí, solo, desorientado y asqueado de ese pedazo de carne que se iba a coger con C, a quien había visto conmigo varias veces en la noche.
En ese momento caí en cuenta: uno no se cura de sus rollos ni de sus mitomanías. Yo acababa de convertir a un pedazo de carne en un pedazo de amor; a un pedazo de sexo en un pedazo de cariño; a un pedazo de cuerpo en un pedazo de persona. Y ese tipo no era más que carne con semen; semen que compartió conmigo y que estaría en ese momento compartiendo también con C.
C me contó luego que el flaco andaba drogado y que al rato de mamársela se puso el paño intempestivamente y salió de la cabina diciendo: "es que no puedo, es que no puedo". Y C volvió a recorrer pasillos y a implorar por besos. Lo perdí de vista como dos horas, que aproveché para relajarme en el jacuzzi. Cuando apareció, la tristeza se le marcaba en la frente y en los hombros caídos. "¿Qué te pasó?" - le pregunté. "He tenido la mejor follada en años con un barbudito que me mueve el piso. Cogimos riquísimo, nos besamos, nos acariciamos, nos abrazamos, me volvió a coger, me acarició y he pasado las dos horas más estupendas en los últimos años." "¿Entonces cuál es el problema?"-le dije extrañado. "Es que no intercambiamos correos ni teléfonos. Casi no hablamos. No lo voy a volver a ver y siento que me enamoré." C estaba convencido de que aquel era el hombre de su vida, la relación que siempre ha anhelado, y que todo se había acabado con la descarga de semen y sudor. Ha pasado todo el día de hoy deprimido y desesperanzado, lamentándose por su suerte tan maldita de -según él- encontrar algo más en la carne que tan desesperadamente buscaba y que ese algo se hubiera acabado sin mayor posibilidad de continuación.
¿Por qué no entendemos que en el sauna no son seres humanos lo que buscamos sino primates más o menos lampiños dispuestos a copular con nosotros? ¿Por qué insistir en descubrir amor en donde solo se acumula deseo? ¿Por qué vamos a comprar carne al por mayor o al detalle, depende de lo que se dé, y luego nos lamentamos de que no nos salga con hueso, alma, vida y corazón? En el fondo quizás se debe a que esperamos que esa carne sea carne como la nuestra, cuerpo con emociones como las nuestras, semen con historias de ilusión y desencanto como las nuestras, cuerpos con vida y amor como los nuestros.
Así y aquí, la ciudad comienza y mi cuerpo se le pliega. Así y aquí, la carne se digiere como sentimiento y el semen se seca y se lava, tan solo se seca y se lava...

Mientras me lavo: http://www.youtube.com/watch?v=Imh0vEnOMXU

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