sábado, 7 de febrero de 2009

9. Parejas autosexuales


Le escuché por primera vez el concepto anoche a un director de cine, que mostró en un corto su visión de las parejas modernas, hetero y homosexuales por igual. Según su parecer, la pareja contemporánea es la pareja autosexual, en la que cada quien se encuentra en una relación consigo mismo, enamorado de sí mismo y comprometido consigo mismo. Eso es lo que define el amor en nuestros tiempos. Me pareció muy acertado y no puedo negar que reconozco que la descripción se apega bastante a como creo funcionar de un tiempo para acá.
Conocí a M en la ciberciudad, porque le escribí atraído por una frase de su perfil, muy originial aunque algo burda, y por las fotos que dejaban ver a un tipo bastante agraciado. Me contestó mi mensaje casi de inmediato y nos vimos a los pocos días. M es también un cuerpo nuevo en esta ciudad, a la que vino temporalmente para aprender el idioma, así que no me resulta extraño que sea uno de los pocos cibercuerpos que se haya decidido por atestiguar el milagro de la encarnación. Los cuerpos endémicos siguen viviendo en el paganismo absoluto aquí, lo cual me parecería fascinante si no fuera porque me temo que lo que hay detrás de ello es el miedo a mostrar la debilidad carnal y a pasar por simples mortales. En la ciberciudad son todo lo que quieren ser, casi diríamos que seres mitológicos con cuerpos hermosamente perfectos tallados a su gusto y encargo, y personalidades magnificadas por descripciones que conquetean con la heroicidad epopéyica. Posiblemente son tan poca cosa que no llegan ni siquiera a ser poca cosa en la realidad, así que se esconden en la virtualidad del panteón de los divinizados e inalcanzables. En fin, me encontré con M en la boca del metro, lo cual me sigue causando una enorme angustia al tener que esperar a un desconocido que no estoy tan seguro de reconocer cuando asume la fachada de carne y hueso y, peor aún, me sobrecoge la inseguridad y la baja autoestima, porque empiezo a pensar que no le voy a gustar a esa persona, que se va a desencantar a primera vista o que me va a reconocer de lejos y va a decidir mejor no acercarse porque yo no era lo que esperaba. Como se ve, la paso malísimo en esos encuentros. El punto es que M llegó tarde, así que me desesperé caminando como león encerrado de un lado a otro del parque cercano a la boca del metro, pero apenas me vio se acercó y me saludó con dos besos en la mejilla. No pude apreciar ninguna mueca de asombro ni ninguna mirada de desengaño, así que me tranquilicé y caminamos mientras hablábamos como si fuéramos viejos conocidos. Después de un rato me invitó a tomar café en el apartamento al que se acababa de mudar y, luego de una larga conversación, terminamos en su cama besándonos, tocándonos, chupándonos y regándonos. Afortunadamente las fotos no mentían esta vez y yo parecí gustarle mucho. Al día siguiente recibí un mensaje por cibercorreo de su parte, en el que me preguntaba si quería volverlo a ver o si prefería que todo quedara en un polvo. Le contesté que me gustaba mucho como persona y como polvo recurrente (bueno, no usé esas palabras, pero esa es la idea), así que volvimos a encontrarnos después. No sé si fue el cambio de clima o contagio de mi gripe, pero M se enfermó a los pocos días y yo me encontré llevándole medicamentos y sopa de verduras, con lo cual creo que nuestra relación empezó a adquirir rasgos de intimidad rápidamente. Creo que, muy a mi pesar, estoy saliendo con él, pues vamos a comer juntos, me invita a su apartamento para comer y coger, lo invito al mío para comer y coger, vemos películas juntos, nos mensajeamos todos los días, nos contamos intimidades y hacemos planes para los días siguientes. Todo parece que somos por lo menos amigovios. Claro, al igual que me ha sucedido otras veces, la relación tiene fecha de caducidad: vino a esta ciudad por tan solo dos meses y ya ahora le queda uno más. A veces me escribe que se siente triste porque el tiempo pasa muy rápido y yo me hago el valeverguista, pero últimamente me siento más encariñado y también pienso en su fugacidad patente.
No sé si es efecto de un cambio profundo en mí, un desencanto por las relaciones o una desidia por comprometerme en general, tal vez acrecentado todo por un temor a sufrir de nuevo por una inminente y pronta separación, pero no le demuestro a M todo lo bien que la paso con él: lo mucho que disfruto de su intelectualidad, de su sentido del humor y su plática erudita sin pretensiones, y de su cuerpo trabajado y cuidado. Es un chavalazo en verdad, lo cual me parece muy extraño en este contexto y en este momento. Y, con todo y lo que gozo de su existencia temporal, me doy cuenta de que mi autosexualidad está fortaleciéndose: busco el sexo en todos y la pareja en ninguno.
Esta semana que recién termina, en su recorrido vacacional por este continente, D se quedó conmigo cinco días y me animé a jugar de guía turístico. La primera noche lo llevé a un bar de ambiente y luego a un bar de sexo explícito, porque me había dicho en sus correos que le llamaba la atención ver eso que en nuestro mundo no se imagina siquiera. Es el mismo lugar degradado y feo al que fui con C hace meses en su estampida hormonal imparable, pero con D no hubo suerte: todos se comportaron sumamente recatados esa noche y no pudimos ver nada de nada, así que nos fuimos a la casa temprano. Yo le insistí a D si quería ir a un sauna aquí, pero me aclaró que no le gustaban en absoluto, con lo cual yo no tuve pretexto para ir escudándome en mi magnífico sentido de la hospitalidad. Ya al final de su estadía, luego de reconocer que los hombres que se ven en las calles de esta ciudad sí son particularmente guapos y deliciosos, D me dijo un tanto en broma y un tanto afligido: "Yo quería probar una polla de esta ciudad". "No es tan fácil le respondí-, son unos engreídos y cuesta montones que se fijen en vos. Para sexo fácil hay que ir a un sauna". No se habló más del tema. D trajo consigo, cual las mariposas de Mauricio Babilonia, un montón de recuerdos de mi ciudad y de mi gente que se quedaron revoloteando en mi mente y en mi corazón. Me dieron ganas de regresar y recuperar la cotidianeidad de la que no hace mucho me aparté. Mi cuerpo también lo resiente en la resequedad que sufre la epidermis ansiosa de humedad y cansada de tanto frío. En el fondo, D vino a buscar a estas viejas ciudades algo de sexo y mucho de cariño, como todos. No se da cuenta de que, aunque encuentre una ración de ello, será una saciedad temporal lo que experimente y querrá más y más, y le hará mucha falta cuando se vaya, y se engañará y se convencerá de que aquí sí se disfruta de buen sexo con cuerpos modelados y de que el amor correspondido y la relación fatisfactoria polulan en los andenes del metro y en los cafés al aire libre. Es mejor que no lo viva, para que así no se engañe.
¿Habrá esperanza en estas relaciones temporales, con fecha de vencimiento? ¿Habrá posibilidades de no fosilizarnos en una autosexualidad autista ante un panorama de pura fugacidad en el sexo y en el cariño? ¿Seré incapaz de salir del círculo vicioso de buscar sexo y terminar en una relación, y luego quejarme de estar en una relación porque coarta mi deseo de disfrutar del sexo libremente? ¿Tenía razón B después de todo?
Tiro a la basura los desperdicios que dejó la corta visita de D, me refugio en mi cuarto y le envío un mensaje cariñoso a M. Quedamos de salir para ver una exposición que a ambos nos interesa y nos quejamos de paso por no tener un espacio privado para disfrutar de nuestros cuerpos como se debe y como tanto nos gusta. Hoy me escribió "hola mi amor" por primera vez en un mensaje y me resultó lindo y aterrador al mismo tiempo. No se ha ido y ya lo extraño, pero tampoco me siento deslumbrado por su ternura ni me desboco en la relación que, si fuera por él, ya tendríamos. No me apetece abrir heridas que tardan en cicatrizar luego. En el fondo, soy una típica pareja autosexual. Qué triste. Qué pena.

Mientras le escribo un mensaje cariñoso a M y me acuerdo de toda mi gente que está tan lejos: http://www.youtube.com/watch?v=dAjO8SmQ6tM&feature=channel_page

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