martes, 9 de diciembre de 2008

4. Cuerpos involucionados


Hay que reconocer que la vida no siempre va hacia adelante. Es una mentira que nos han hecho creer. Incluso la mayoría de las personas pensaría que la evolución tiene un propósito, que está encaminada a una finalidad. Nada más falso. La evolución de las especies simplemente sucede y no significa un paso a algo mejor. No obstante, la metáfora del porvenir, del desarrollo, del cambio hacia adelante permea nuestra concepción de la vida y no queda más remedio a veces que ajustarse a ello. Lo importante en todo caso es que existe, como en todo, un movimiento antagónico: la involución. Y es en este último en el que yo me encuentro.
Cuando empecé a salir con B, todo parecía mágico y diferente. Por fin, en muchos años, volvía a dibujarse la posibilidad de una relación con alguien maduro, con educación, con proyectos de vida, con metas claras, dispuesto a embarcarse en un camino de compromiso y con ganas de querer y ser querido. B parecía además distinto en otro aspecto, uno que precisamente constituye mi mayor debilidad: era un artista. Siempre me he sentido atraído por la gente creativa y que es capaz de ver la vida de un modo más amplio, porque ha desarrollado una sensibilidad especial para captar la minucia, la emoción y la existencia más allá de números macroeconómicos y del monocromatismo cotidiano. Y B era un alma completa: actor, escritor, bailarín. Era imposible aburrirse con él: siempre había un chiste, una anécdota, una reflexión. Sabía acariciarte con una sonrisa pícara y doblegarte con una mirada tierna. Por si eso no bastara, B era guapo, inteligente, aplicado, con bonito cuerpo y simpatiquísimo. Y, por supuesto, tenía que ser diferente al resto de la humanidad de un modo incomprensible: vivía inmerso en un torbellino emocional que lo desestabilizaba cada cuanto; siempre iba más allá de lo evidente, coqueteando con sensaciones que escapan a la racionalidad, intuyendo sentimientos y pensamientos, construyendo realidades entreveradas. Nunca logramos resolver nuestro desacuerdo más básico. Hubo una pieza que nunca encajó y a la que le dimos varios nombres, tratando de entenderla y dominarla. Pero siempre la concebimos de distinta naturaleza. Para mí él era un celoso empedernido propuesto a descubrir mi infidelidad hasta en el modo en que me restregaba con el jabón. Para él yo era un mentiroso, una persona acostumbrada a mantener relaciones paralelas, insatisfecho con la relación y una persona que siempre tenía algo que ocultar. Y de tanto creernos esa imagen del otro, pienso que terminamos siendo cada uno lo que nos convencimos que éramos. Sin embargo, deseábamos creer que esa pieza al final calzaría. Días antes de mi viaje, me regaló una cajita con unos cuantos amuletos y un cuarzo que debía protegerme de la mala vibra. Ya en el aeropuerto, el día en que me despidió, me miró fijamente y me dijo: "Sí. Usted es mi mae", y esa confesión/convicción se convirtió en el lazo que nos mantendría unidos por el tiempo que fuera necesario.
Al llegar a la ciudad, me desmoroné por todo lo que había dejado atrás y por todo lo nuevo a lo que debía acostumbrarme. Y en ese proceso, B fue a quien yo recurría desesperado. Logró reconfortarme unas veces en las noches y otras en las mañanas, y me volví adicto a sus palabras por correo, a sus abrazos en el chat, a la sensación de que su cuerpo se materializaba y me cuidaba cuando me dormía apretando el cuarzo entre mis dedos. Tres semanas después, unos cuantos días pasado su cumpleaños, entró en crisis nuevamente y me dijo que ya no podía soportar mi comportamiento. Pasó una semana más y me terminó.
Mi cuerpo se vio entonces de nuevo lanzado a la deriva. Su mensaje me despojó de la seguridad que me había sostenido, y sentí de nuevo la desgarradora soledad y la necesidad insaciable de buscar compañía. Y en esta búsqueda desordenada y sin propósito, mi cuerpo se ha desesperado tratando de querer lo que no quiere, encontrando lo que no busca y buscando lo que no encuentra. La ciudad ha expandido mis fronteras y mi cuerpo se ha ido, poco a poco, pero sin remedio, acoplando a su nuevo hábitat. La imagen de B aparece en todo lo que hago, pero cada día es más borrosa. Cada mensaje suyo, seco y lacónico, me aleja aún más de él.
Me doy cuenta de que he involucionado. Nuevamente me encuentro cazando carne joven, mucho más fresca que yo. Otra vez el sexo es sexo y la voluntad flaquea. De nuevo las noches se hacen eternas porque mi cuerpo reclama otro cuerpo a su lado. La masturbación no es más que un escape, y cuanto más rápida mejor. Los cuerpos masculinos en la ciudad dejan de ser amigos potenciales para convertirse siempre, inevitablemente, en polvos ansiados. La promiscuidad es la más grande de las soledades, decía Gabo. Yo le creo.
Pero no solo cambió mi perspectiva de los cuerpos. También mi modo de ver la ciudad y de relacionarme con ella se vio alterado por completo. La ciudad dejó de ser un disfrute con plazo a un año. Ya no era más un plan trazado para compartirlo plenamente con alguien. De repente, dejó de existir en función de su visita. Yo tuve que aprender a vivir la ciudad en un presente inacabable; gozarla para mí solo y abarcarla con la limitación de mi diaria búsqueda de aprovechar el tiempo conmigo mismo. La ciudad se materializó y los cuerpos que la habitan cayeron repentinamente al suelo y fueron carne, y fueron huesos, y fueron sexo.
Curiosa descendencia la de la raíz latina 'volutio', que cuenta entre sus miembros más destacados a la 'evolución' (paso gradual de un estado a otro), 'revolución' (cambio violento, rápido y profundo), devolución (restituir algo), y uno menos farandulero: la involución (retroceso a un estado anterior). Todas ellas tienen el mismo origen. ¿Cuál es la fina línea que separa la evolución de la involución? ¿Serán realmente dos movimientos contrarios o más bien se tratará del mismo devenir del tiempo apreciado desde dos ópticas? ¿Es la evolución realmente el miembro positivo de la familia y la involución, la oveja negra? ¿No será que la vida, al fin y al cabo, es siempre un eterno retorno, con lo cual la involución y la evolución se convierten en un solo movimiento con dos facetas, cada una de las cuales le da origen a la otra?
En una noche como esta, mi cuerpo ya no es más un eslabón en la terrible marcha del progreso. Mis contornos se achican conforme la ciudad se agranda. El porvenir no es otra cosa que un calco simplón y pasco del pasado. Los cuerpos caminan hacia atrás, con la mirada perdida en el ocaso. Y yo me acurruco, me hago un puño, mi cuerpo se repliega y toda la materia se va hacia dentro. El universo ha terminado su movimiento expansivo y ahora comienza a ensimismarse de nuevo. Afuera, en la ciudad, llueve y hace frío. Quizás B todavía lo sienta, quizás lo intuya, quizás lo entienda...

Mientras me duermo pensando en todo lo que he retrocedido en comparación con lo esperaba de mi relación con B: http://www.youtube.com/watch?v=oEDn5hHwKVw

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