martes, 2 de diciembre de 2008

3. Cibercuerpos


Paralelamente a la vida "en carne y hueso" en la ciudad se desarrolla la vida virtual por internet. Y, claro, como es lógico que suceda, el tamaño de la virtualidad es proporcional al tamaño de la realidad. O, dicho de otro modo, la cantidad de carne virtual es proporcional a la cantidad de carne real. Toda una ciudad, con habitantes propios, costumbres propias, vicios propios y sexos propios habita en la virtualidad, que no es lo mismo que decir convive, porque cada uno suele llevar su existencia virtual a solas, intercambiando cibersexo unos, manteniendo ciberrelaciones amorosas otros, y creando ciberamigos los menos. Incluso hay quien es presa de ciberdepresiones, porque termina con su pareja virtual y ya no sabe qué hacer con los espacios de soledad que le ha dejado la ciberruptura. Es tedioso y encantador a la vez. Desarrolla uno varias personalidades virtuales y se hace de contactos que no existen fuera de la computadora y que constantemente te prometen que el momento de respirar a tu lado y de parpadear mientras se intercambian palabras se materializará muy pronto.
Es curioso, pero recién me doy cuenta de que he pasado más horas en estos meses viviendo la ciberciudad que la ciudad real y apenas si me reconozco. Hoy me entró por pensar que me estoy convirtiendo en una ciberpersona, y el siguiente paso será sin duda que empiece a experimentar cibersentimientos y ciberamor, y el caos vendrá cuando me conforme con el cibercariño y una que otra cibersonrisa perdida en el universo de chips y routers. Y entiendo que todo comenzó recién llegado, desde el primer día que pisé el suelo real y empecé a chatear con B; ahí mi relación real se hizo virtual, y yo lloraba y no entendía por qué el consuelo venía compactado en palabras escritas y yo tenía que descargar la compañía con posibilidades de fallos en la transmisión, y tenía que aceptar el cariño con una restricción de velocidad por minuto. Cuando B me terminó, lo hizo también por medios electrónicos, en un correo, así que ahí se me mezcló por completo la vida real con la vida virtual, y ya no supe más cuál era cuál, pues lo que había empezado con roces y abrazos acabó con un cuadrito en el que tuve que dar click para abrir la muy desagradable noticia. Después de eso, el amor se me convirtió en tecla y la ilusión en pantalla. Y cohabito ahora un espacio irreal, en el que no hay tiempo ni fronteras. Y mis vecinos son humanos virtuales, de todo tipo y pasión. Me los encuentro cada tanto en este universo y son siempre los mismos contornos, con la misma ropa y la misma sonrisa de hace semanas. No se mueven y eso a veces me espanta. También tenemos visitantes, y creo que hasta mascotas.
He intercambiado palabras con un turista europeo que se declara bisexual pero que vino a la ciudad a coger con cuanto gay se cruzara en su camino. Al principio su perfil decía simplemente que buscaba sexo. Días después leí que estaba harto de las reinas de la ciudad, contoneándose y mostrando sus zapatitos. No entendí bien a qué se refería, pero intuí que estaba muy molesto. No me quedé con las ganas y se lo pregunté. "Es que llevo días tratando de quedar con estos tipos para cogérmelos, pero ninguno pasa de mensajitos aquí y mensajitos allá; son unas reinitas calientapollas"-me dijo. Me lo encontré el fin de semana mucho más animado y me explicó que había descubierto por fin dónde se encuentran tipos para coger: ¡en los saunas!, después de las 5 de la madrugada. La noche anterior se había cogido a tres tipos en un sauna y a otros dos en otro, y esa misma noche estaba determinado a salir a cogerse otro buen contingente. Este cibercogedor no soportó la existencia en la ciudad virtual y salió despavorido a buscar carne con nervios en lugar de cables, penes con semen en lugar de bytes, bocas con lengua en lugar de chips, y cuerpos que gimieran en lugar de indicar placer por medio de una carita feliz. La ciudad virtual no es para todo el mundo.
Ya tengo todo un conjunto de ciberamigos y uno que otro ciberprometido que se diluye en la pantalla al poco tiempo. Muchos expresan querer sexo con sudor, pero temen oprimir el 'enter' y no pasan de darle un toque al espaciador. En la ciudad virtual, aún no se cae el sistema, pero nos aterra a todos esa posibilidad. Conozco todos los días gente nueva que vive de anhelar contacto físico con un cuerpo que perciba, de extrañar el olor a carne que transpira, de sufrir la ausencia de labios que se muevan, de extrañar una caricia con una mano que se sienta, y de desear un abrazo en el que se perciba la palpitación.
¿A qué se debe esta nueva forma de existencia? ¿Qué miedos oculta este nuevo modo de compartir? ¿Cómo se verán transformados el amor y el sexo cuando la virtualidad nos absorba por completo? ¿Cabrán nuestras vidas en un disco regrabable? ¿Sabrán los besos a programa predeterminado?
En la ciudad virtual mi cibercuerpo se deshace. Me veo a mí mismo casi como un holograma. Me pierdo en tus brazos virtuales, pero no encuentro amor ni calor ni ternura. Se desvanecen mis cálidos contornos. Me fundo con el teclado y mis ojos serán la pantalla. No aguardo más por vos. No puedo. Me he perdido en la red de existencias irreales y no hallo la manera de escaparme. Me gusta y me aterra ser ahora un ser binario, mi existencia está codificada en 1 y 0, y yo quisiera ser al menos 2 y mucho más que números enteros. Pero soy ahora 1 y 0 combinados infinitamente, que es como decir que soy un 1 perpetuo, o quizás ni siquiera eso: quizás soy 0...definitivamente en este momento soy cero... la ciudad virtual me sigue tragando... y yo lloro y viajo infinitamente por la irrealidad de tu recuerdo.

Mientras me fundo con el teclado y me desvanezco: http://www.youtube.com/watch?v=pBwO_LzvvO4

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